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Empowering Men:fighting feminist lies |
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Sexo, mentiras y feminismoCapítulo 10: La mentira de la igualdadAutor de la obra original: Peter ZohrabTraducción al castellano por: Gustavo Revilla Olave |
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Introducción
Una de las mayores mentiras contadas por las feministas es decir que ellas luchan por la igualdad. Han tenido un éxito tan enorme, y esta mentira ha sido aceptada de un modo tan amplio, que se sienten impactadas cuando alguien desafía el saber convencional para decir que su declaración hecha en un volumen exageradamente alto, está tan desnuda de verdad como el emperador desprovisto de sus ropas.
Cuando la entrevistadora de la radio Kim Hill me pidió que definiese el feminismo, por ejemplo, quedó sorprendida cuando afirmé que la igualdad no es uno de sus principales intereses: ellas seleccionan temas específicos y definen lo que consideran “igualdad” refiriéndose a esos temas aisladamente de todos lo demás.1
Por ejemplo, como ya hemos visto, las feministas piden que las tenistas reciban la misma cantidad de premio en efectivo que los tenistas, pasando por alto en todo momento que de hecho las mujeres ya ganan más por cada partido que los hombres. O, lo que es más, cómo el tenis debería unificarse de forma similar a como sucede en otros campos. Terminemos de una vez con el despropósito del: “separados pero iguales salvo cuando nos convenga a nosotras”. Otro ejemplo es como las mujeres obtuvieron el derecho a votar sin verse obligadas al reclutamiento en las fuerzas armadas. O como las feministas obtuvieron la liberalización de las leyes para abortar, pero en exclusiva para las madres. A los padres no se les da opción, ¡salvo la obligación de pagar la manutención del menor en caso de que éste no sea abortado!
Así que por lo que las feministas están trabajando en realidad es por la igualdad de género selectiva-ellas escogen los temas, definen que significa la “igualdad” y a partir de ahí dictan la agenda. Esto demuestra que la “igualdad” es poco más que una palabra de moda para ellas: Un estandarte debajo del cual dirigen a sus tropas y confunden a sus víctimas. Si estuviesen realmente interesadas por la igualdad, invitarían a los grupos masculinistas a unirse a ellas para elegir los temas, determinar los criterios y trabajar unidos para establecer la auténtica igualdad de géneros.
La mentira de la igualdad
Las feministas usan muy a la ligera términos como “equidad” e “igualdad”, pero en muy pocas ocasiones con un sentido preciso. Lo que en realidad opinan sobre la importancia relativa de hombres y mujeres sólo se muestra claramente cuando les coges con la guardia baja- cuando piensan que están hablando sobre alguna otra cosa.
Fran Wilde, una antigua alcaldesa de Wellington, Nueva Zelanda, es una feminista. En su campaña de elección como alcaldesa llegó incluso hasta el extremo de declarar en un mitin público que desearía trasformar Wellington en una ciudad feminista. De acuerdo con un artículo del periódico Dominion, en el servicio del día de Anzac de la conmemoración (una festividad pública creada en honor de los muertos neozelandeses durante la guerra) celebrado en el cenotafio de Wellington, dijo:
“Recordar a los hombres que murieron durante la guerra era importante pero era igualmente fundamental (mi énfasis) reconocer los a menudo ignorados sacrificios y experiencias de las mujeres.”
Su uso de la palabra “igualmente” sorprende, ya que cerca de 1000 hombres neozelandeses fueron muertos durante la Segunda Guerra Mundial, cerca de 3000 resultaron heridos, y cerca de 2000 cayeron prisioneros. Podemos añadir a esta cantidad los millares de hombres que fueron muertos, heridos o capturados durante la guerra de los Boer, la Primera Guerra Mundial, la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, y varias operaciones pacificadoras de las Naciones Unidas. Para Fran Wilde, lo que estos millares de hombres tuvieron que sufrir quedaba “igualado” por un grupo de 50 enfermeras que prestaron servicio en Oriente Medio durante la Primera Guerra Mundial- además de una mujer que preparó varias cantinas y clubs para los soldados y trabajó en la prevención de enfermedades venéreas entre las tropas. El número total de estas 51 mujeres neozelandesas que fueron capturadas, heridas o muertas es exactamente de cero. ¡Además, muchos de los hombres involucrados fueron reclutados en contra de su voluntad por parte de gobiernos elegidos por un electorado mayoritariamente femenino!
A pesar de lo considerablemente duro que fue el trabajo de las mujeres, la mayoría de nosotros estaría de acuerdo en que la muerte de cero mujeres es un número inferior a la muerte de muchos millares de hombres. Evidentemente, sin embargo, las matemáticas feministas están en desacuerdo. Según su ideología, el trabajo de 51 mujeres vale tanto como el trabajo y las muertes de millares de hombres. Y así se obtiene el punto de vista feminista sobre la “igualdad” sexual en una fórmula matemática:
La muerte de millares de hombres es igual a una simple inconveniencia en el estilo de vida de 51 mujeres.
Cualquier masculinista que sea consciente de la opresión de los hombres nacida del feminismo, verá esto sin ninguna duda como una burda infravaloración de la indiferencia feminista hacia los derechos, intereses y sacrificios de los hombres- ¡pero al menos nos ayuda a tener una idea sobre la escala del problema!
Uno de los resultados a largo plazo del mitin de Fran Wilde referido a la trasformación de Wellington en una ciudad feminista, por ejemplo, parece haber sido la posterior puesta en práctica de la envidia de pene como política cívica: Los baños exclusivos para hombres y mujeres fueron abolidos, sustituidos por lavabos unisex. Las feministas responsables de este cambio odiaban los urinarios, porque carecen de utilidad para las mujeres, y porque son un fuerte recordatorio de la innegable diferenciación anatómica existente entre los dos sexos, que desafía la fuerte tendencia de las feministas lesbianas de transformar a todo el mundo en lo más unisex y andrógino posible. Las feministas suecas han desarrollado una campaña explícitamente clara en contra de los urinarios, mientras que en Wellington sólo podemos especular sobre la agenda oculta tras un cambio que de otro modo resultaría inexplicable*.
*Nota del traductor: La suposición realizada por Peter Zohrab como motivo real del cambio en el tipo de lavabos de Wellington encaja con la postura de muchas feministas, referida a algo tan íntimo y natural como es la posición en la que hombres y mujeres orinan. Puede parecer ridículo el tratar de explicar las sencillas razones por las que los hombres y las mujeres orinan en diferentes posiciones, pero determinadas feministas nos obligan a entrar en una cuestión tan fácil de entender por haber convertido este punto en otra de sus reivindicaciones, demandando como otro cambio necesario para su particular sentido de la igualdad el que los hombres dejen de orinar de pies. No son sólo las feministas suecas quienes lo han solicitado explícitamente. En su libro de crítica del feminismo titulado “Por Mal Camino” la autora feminista Elizabeth Badinter explica lo siguiente: “¿Qué pensar, por ejemplo, de la exigencia de hacer orinar a los hombres sentados, como las mujeres? Esta fantasía no sólo se les ha ocurrido a mujeres que pertenecen a medios alternativos en Berlín. Liberation informaba en 1998 que ellas “ponen en sus váteres cartelitos de prohibición que representan a un macho orinando de pie, con una barra de gruesos trazos rojos: como son incapaces de mear de pie sin inundar los baños, a los hombres se les obliga a sentarse en la taza”. La misma historia se da en Suecia, en donde es de buen tono, en ciertos medios tanto feministas como higiénicos, enseñar al niño a hacer pipí sentado como una niña. En 1996 un hombre encolerizado escribe al periódico Göteborgspoten para denunciar a “esas madres crueles que obligan a sus hijos a orinar sentados”. El periódico inglés Sterling Times dedica un largo artículo en abril del 2000 al fenómeno que es general entre la nueva generación de suecos. Señala, entre otros, a un grupo feminista de la Universidad de Estocolmo que hace campaña para que se quiten los urinarios. Hacerlo de pie se considera el colmo de la vulgaridad y una violencia provocadora, es decir, a nasty macho gesture, un sucio gesto machista. De momento los hombres refunfuñan, pero no se atreven verdaderamente a oponerse. Muchos jóvenes padres se sienten obligados por su compañera a enseñar a su hijo esta nueva técnica corporal del todo femenina. Podemos sonreír o considerarlo una violencia simbólica, ciertamente más suave, pero simétrica a la descrita por Samia Issa en un campo de refugiados palestinos en Líbano. Allí los hombres han suprimido los baños de las mujeres con el pretexto de la presencia provocadora de éstas. Las mujeres están obligadas a utilizar sacos de plástico. En este caso, se habla justamente de la dominación masculina. Pero, en el primero, ¿se hablaría de dominación femenina?”. Hasta aquí el texto de Elizabeth Badinter. La frase “Hacerlo de pie se considera el colmo de la vulgaridad y una violencia provocadora, es decir, a nasty macho gesture, un sucio gesto machista” es otra prueba de odio radical en contra de los hombres, intentando culpabilizarlos por una acción que en ellos sólo tiene el significado de la comodidad, para nada un propósito de despreciar a las mujeres. Siguiendo la línea de estas feministas radicales podría llegarse a la conclusión de que las mujeres que usan tacón están ejerciendo un sucio gesto hembrista, al tratar de aparentar ser más altas que algunos de los hombres que las rodean. Es cierto que en forma de reproche rotundo o como crítica jocosa se plantea el argumento de que los hombres son incapaces de orinar de pies sin manchar los retretes. Esta generalización injusta sirve para culpar a los hombres y tratar de obligarlos a modificar su conducta al responsabilizarlos de un perjuicio que no causan las mujeres. Sin embargo en base a criterios como éste también podría restringirse a las mujeres el uso de compresas o tampones. En efecto, uno de los mayores y más persistentes problemas que afectan a las estaciones depuradoras de aguas residuales son los tampones y compresas usados arrojados directamente al alcantarillado público, a pesar de lo sencillo que resulta desechar estos artículos directamente al cubo de la basura o a los contenedores específicos para ello. Las compresas y tampones pueden llegar a obstruir las tuberías de las depuradoras y dificultar la circulación de las aguas en su interior, perjudicando a un bien común como es la obtención de agua potable, llegando incluso, en el caso de las depuradoras más pequeñas, a causar daños que interrumpan el proceso y obliguen a realizar reparaciones. Si planteásemos la situación como lo hacen las feministas radicales junto a la prohibición de orinar de pies para los hombres podría incluirse otra que prohibiese a las mujeres entrar en un lavabo con tampones o compresas, con la excusa injusta de que una vez usados algunos de estos útiles de higiene personal pudiesen ser directamente arrojados por el retrete.
El masculinismo liberal
Existe una inmensa industria de investigación y propaganda en los países occidentales y las Naciones Unidas (por ejemplo, los Departamentos de Estudios de Mujeres, Los Ministerios de Asuntos de Mujeres, la Asociación Americana de Mujeres Universitarias, La Organización Nacional de Mujeres, La Ms. Magazine, etc.), la cual, bajo la atractiva y aparente tapadera de la “igualdad” ha inundado el panorama político con temas que han escogido, definido y “solucionado” de un modo unilateral. Como no permiten la participación de los grupos de presión masculinos en este proceso político, los derechos de los hombres sufren menoscabo. Por ejemplo: