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Sexo, mentiras y feminismo

Capítulo 10: La mentira de la igualdad

Autor de la obra original: Peter Zohrab

Traducción al castellano por: Gustavo Revilla Olave

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Introducción

Una de las mayores mentiras contadas por las feministas es decir que ellas luchan por la igualdad. Han tenido un éxito tan enorme, y esta mentira ha sido aceptada de un modo tan amplio, que se sienten impactadas cuando alguien desafía el saber convencional para decir que su declaración hecha en un volumen exageradamente alto, está tan desnuda de verdad como el emperador desprovisto de sus ropas.

Cuando la entrevistadora de la radio Kim Hill me pidió que definiese el feminismo, por ejemplo, quedó sorprendida cuando afirmé que la igualdad no es uno de sus principales intereses: ellas seleccionan temas específicos y definen lo que consideran “igualdad” refiriéndose a esos temas aisladamente de todos lo demás.1

Por ejemplo, como ya hemos visto, las feministas piden que las tenistas reciban la misma cantidad de premio en efectivo que los tenistas, pasando por alto en todo momento que de hecho las mujeres ya ganan más por cada partido que los hombres. O, lo que es más, cómo el tenis debería unificarse de forma similar a como sucede en otros campos. Terminemos de una vez con el despropósito del: “separados pero iguales salvo cuando nos convenga a nosotras”. Otro ejemplo es como las mujeres obtuvieron el derecho a votar sin verse obligadas al reclutamiento en las fuerzas armadas. O como las feministas obtuvieron la liberalización de las leyes para abortar, pero en exclusiva para las madres. A los padres no se les da opción, ¡salvo la obligación de pagar la manutención del menor en caso de que éste no sea abortado!

Así que por lo que las feministas están trabajando en realidad es por la igualdad de género selectiva-ellas escogen los temas, definen que significa la “igualdad” y a partir de ahí dictan la agenda. Esto demuestra que la “igualdad” es poco más que una palabra de moda para ellas: Un estandarte debajo del cual dirigen a sus tropas y confunden a sus víctimas. Si estuviesen realmente interesadas por la igualdad, invitarían a los grupos masculinistas a unirse a ellas para elegir los temas, determinar los criterios y trabajar unidos para establecer la auténtica igualdad de géneros.

 

La mentira de la igualdad

Las feministas usan muy a la ligera términos como “equidad” e “igualdad”, pero en muy pocas ocasiones con un sentido preciso. Lo que en realidad opinan sobre la importancia relativa de hombres y mujeres sólo se muestra claramente cuando les coges con la guardia baja- cuando piensan que están hablando sobre alguna otra cosa.

Fran Wilde, una antigua alcaldesa de Wellington, Nueva Zelanda, es una feminista. En su campaña de elección como alcaldesa llegó incluso hasta el extremo de declarar en un mitin público que desearía trasformar Wellington en una ciudad feminista. De acuerdo con un artículo del periódico Dominion, en el servicio del día de Anzac de la conmemoración (una festividad pública creada en honor de los muertos neozelandeses durante la guerra) celebrado en el cenotafio de Wellington, dijo:

“Recordar a los hombres que murieron durante la guerra era importante pero era igualmente fundamental (mi énfasis) reconocer los a menudo ignorados sacrificios y experiencias de las mujeres.”

Su uso de la palabra “igualmente” sorprende, ya que cerca de 1000 hombres neozelandeses fueron muertos durante la Segunda Guerra Mundial, cerca de 3000 resultaron heridos, y cerca de 2000 cayeron prisioneros. Podemos añadir a esta cantidad los millares de hombres que fueron muertos, heridos o capturados durante la guerra de los Boer, la Primera Guerra Mundial, la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, y varias operaciones pacificadoras de las Naciones Unidas. Para Fran Wilde, lo que estos millares de hombres tuvieron que sufrir quedaba “igualado” por un grupo de 50 enfermeras que prestaron servicio en Oriente Medio durante la Primera Guerra Mundial- además de una mujer que preparó varias cantinas y clubs para los soldados y trabajó en la prevención de enfermedades venéreas entre las tropas. El número total de estas 51 mujeres neozelandesas que fueron capturadas, heridas o muertas es exactamente de cero. ¡Además, muchos de los hombres involucrados fueron reclutados en contra de su voluntad por parte de gobiernos elegidos por un electorado mayoritariamente femenino!

A pesar de lo considerablemente duro que fue el trabajo de las mujeres, la mayoría de nosotros estaría de acuerdo en que la muerte de cero mujeres es un número inferior a la muerte de muchos millares de hombres. Evidentemente, sin embargo, las matemáticas feministas están en desacuerdo. Según su ideología, el trabajo de 51 mujeres vale tanto como el trabajo y las muertes de millares de hombres. Y así se obtiene el punto de vista feminista sobre la “igualdad” sexual en una fórmula matemática:

La muerte de millares de hombres es igual a una simple inconveniencia en el estilo de vida de 51 mujeres.

Cualquier masculinista que sea consciente de la opresión de los hombres nacida del feminismo, verá esto sin ninguna duda como una burda infravaloración de la indiferencia feminista hacia los derechos, intereses y sacrificios de los hombres- ¡pero al menos nos ayuda a tener una idea sobre la escala del problema!

Uno de los resultados a largo plazo del mitin de Fran Wilde referido a la trasformación de Wellington en una ciudad feminista, por ejemplo, parece haber sido la posterior puesta en práctica de la envidia de pene como política cívica: Los baños exclusivos para hombres y mujeres fueron abolidos, sustituidos por lavabos unisex. Las feministas responsables de este cambio odiaban los urinarios, porque carecen de utilidad para las mujeres, y porque son un fuerte recordatorio de la innegable diferenciación anatómica existente entre los dos sexos, que desafía la fuerte tendencia de las feministas lesbianas de transformar a todo el mundo en lo más unisex y andrógino posible. Las feministas suecas han desarrollado una campaña explícitamente clara en contra de los urinarios, mientras que en Wellington sólo podemos especular sobre la agenda oculta tras un cambio que de otro modo resultaría inexplicable*.

*Nota del traductor: La suposición realizada por Peter Zohrab como motivo real del cambio en el tipo de lavabos de Wellington encaja con la postura de muchas feministas, referida a algo tan íntimo y natural como es la posición en la que hombres y mujeres orinan. Puede parecer ridículo el tratar de explicar las sencillas razones por las que los hombres y las mujeres orinan en diferentes posiciones, pero determinadas feministas nos obligan a entrar en una cuestión tan fácil de entender por haber convertido este punto en otra de sus reivindicaciones, demandando como otro cambio necesario para su particular sentido de la igualdad el que los hombres dejen de orinar de pies. No son sólo las feministas suecas quienes lo han solicitado explícitamente. En su libro de crítica del feminismo titulado “Por Mal Camino” la autora feminista Elizabeth Badinter explica lo siguiente: “¿Qué pensar, por ejemplo, de la exigencia de hacer orinar a los hombres sentados, como las mujeres? Esta fantasía no sólo se les ha ocurrido a mujeres que pertenecen a medios alternativos en Berlín. Liberation informaba en 1998 que ellas “ponen en sus váteres cartelitos de prohibición que representan a un macho orinando de pie, con una barra de gruesos trazos rojos: como son incapaces de mear de pie sin inundar los baños, a los hombres se les obliga a sentarse en la taza”. La misma historia se da en Suecia, en donde es de buen tono, en ciertos medios tanto feministas como higiénicos, enseñar al niño a hacer pipí sentado como una niña. En 1996 un hombre encolerizado escribe al periódico Göteborgspoten para denunciar a “esas madres crueles que obligan a sus hijos a orinar sentados”. El periódico inglés Sterling Times dedica un largo artículo en abril del 2000 al fenómeno que es general entre la nueva generación de suecos. Señala, entre otros, a un grupo feminista de la Universidad de Estocolmo que hace campaña para que se quiten los urinarios. Hacerlo de pie se considera el colmo de la vulgaridad y una violencia provocadora, es decir, a nasty macho gesture, un sucio gesto machista. De momento los hombres refunfuñan, pero no se atreven verdaderamente a oponerse. Muchos jóvenes padres se sienten obligados por su compañera a enseñar a su hijo esta nueva técnica corporal del todo femenina. Podemos sonreír o considerarlo una violencia simbólica, ciertamente más suave, pero simétrica a la descrita por Samia Issa en un campo de refugiados palestinos en Líbano. Allí los hombres han suprimido los baños de las mujeres con el pretexto de la presencia provocadora de éstas. Las mujeres están obligadas a utilizar sacos de plástico. En este caso, se habla justamente de la dominación masculina. Pero, en el primero, ¿se hablaría de dominación femenina?”. Hasta aquí el texto de Elizabeth Badinter. La frase “Hacerlo de pie se considera el colmo de la vulgaridad y una violencia provocadora, es decir, a nasty macho gesture, un sucio gesto machista” es otra prueba de odio radical en contra de los hombres, intentando culpabilizarlos por una acción que en ellos sólo tiene el significado de la comodidad, para nada un propósito de despreciar a las mujeres. Siguiendo la línea de estas feministas radicales podría llegarse a la conclusión de que las mujeres que usan tacón están ejerciendo un sucio gesto hembrista, al tratar de aparentar ser más altas que algunos de los hombres que las rodean. Es cierto que en forma de reproche rotundo o como crítica jocosa se plantea el argumento de que los hombres son incapaces de orinar de pies sin manchar los retretes. Esta generalización injusta sirve para culpar a los hombres y tratar de obligarlos a modificar su conducta al responsabilizarlos de un perjuicio que no causan las mujeres. Sin embargo en base a criterios como éste también podría restringirse a las mujeres el uso de compresas o tampones. En efecto, uno de los mayores y más persistentes problemas que afectan a las estaciones depuradoras de aguas residuales son los tampones y compresas usados arrojados directamente al alcantarillado público, a pesar de lo sencillo que resulta desechar estos artículos directamente al cubo de la basura o a los contenedores específicos para ello. Las compresas y tampones pueden llegar a obstruir las tuberías de las depuradoras y dificultar la circulación de las aguas en su interior, perjudicando a un bien común como es la obtención de agua potable, llegando incluso, en el caso de las depuradoras más pequeñas, a causar daños que interrumpan el proceso y obliguen a realizar reparaciones. Si planteásemos la situación como lo hacen las feministas radicales junto a la prohibición de orinar de pies para los hombres podría incluirse otra que prohibiese a las mujeres entrar en un lavabo con tampones o compresas, con la excusa injusta de que una vez usados algunos de estos útiles de higiene personal pudiesen ser directamente arrojados por el retrete.

 

El masculinismo liberal

Existe una inmensa industria de investigación y propaganda en los países occidentales y las Naciones Unidas (por ejemplo, los Departamentos de Estudios de Mujeres, Los Ministerios de Asuntos de Mujeres, la Asociación Americana de Mujeres Universitarias, La Organización Nacional de Mujeres, La Ms. Magazine, etc.), la cual, bajo la atractiva y aparente tapadera de la “igualdad” ha inundado el panorama político con temas que han escogido, definido y “solucionado” de un modo unilateral. Como no permiten la participación de los grupos de presión masculinos en este proceso político, los derechos de los hombres sufren menoscabo. Por ejemplo:

  1. Los derechos de los hombres en la familia (divorcio, separación, custodia, acceso, propiedades del matrimonio, paternidad, etc.);

  2. Derechos de los hombres en el puesto de trabajo (acoso sexual, igualdad en las oportunidades de contratación, discriminación positiva, etc.);

  3. Los derechos de los hombres frente a la vida y la salud (longevidad, dotaciones económicas para la salud masculina, circuncisión, reclutamiento forzoso, etc.);

  4. Los derechos legales de los hombres (la invención de aún más crímenes únicamente masculinos y de más justificaciones sólo femeninas –“síndromes”- ante las infracciones, la despenalización de los crímenes fundamentalmente femeninos, y el aumento de las penas actuales para los crímenes exclusivamente masculinos).

El cielo es el límite, en lo que se refiere al cambio inspirado por el feminismo. El único límite real es la capacidad inventiva de las investigadoras feministas. La situación podría incluso empeorar; esta es la razón por la que me alegro cada vez que conseguimos ralentizar o detener el Juggernaut feminista- ¡figúrate cuando lo hacemos retroceder!

En el frente de la salud, los presupuestos gubernamentales de Nueva Zelanda cubren las pruebas de detección para el cáncer de cuello de útero y el cáncer de mama, pero no las necesarias para detectar el cáncer de próstata (o el cáncer testicular, por ejemplo). La excusa que se da para esta patente discriminación es que las pruebas de detección en el caso del cáncer de próstata son menos fiables, pero los escándalos referidos a los errores cometidos en los controles para detectar el cáncer de cuello de útero o el cáncer de mama aparecen por todas partes, así que se vuelve obvio que estos procedimientos tampoco son fiables. Seguramente se está permitiendo que las listas de espera para las operaciones de las enfermedades masculinas se hagan más largas que las de las enfermedades femeninas. Por ejemplo, el médico de cabecera Russell Pridgeon fue citado en el periódico Dominion del 20 de abril del 2001 diciendo que:

“...las listas de espera de 18 meses en el año 1991 para los hombres necesitados de operaciones de próstata en el Southland Hospital de Invercargill nunca hubiesen sido permitidas, de haber sido las pacientes mujeres.”

Algunas escritoras, como por ejemplo Christina Hoff Sommers (1994: Who Stole Feminism? ¿Quién robo el feminismo?, Simon and Schuster), distinguen entre las feministas que se implican con la igualdad/equidad y aquellas que no lo hacen, pero creo que se trata de una distinción artificial. Si nos fijamos en sus tácticas políticas en las sociedades democráticas, las feministas de cualquier tipo encuentran útil el invocar las palabras “igualdad” y “equidad”. Ninguna feminista, en la práctica, está realmente interesada en crear una igualdad sexual total.

Con esto me refiero a que ninguna feminista ha propuesto nunca realizar una conferencia de hombres y mujeres activistas para el propósito explícito de escuchar todas las opiniones y alcanzar una solución proveedora de igualdad desde ambos puntos de vista. Por ejemplo, en una conferencia sobre temas jurídicos dada en Nueva Zelanda la profesora canadiense de derecho Sheilah Martin propuso que debía existir un acuerdo entre hombres y mujeres. Vía email le sugerí que los grupos defensores de los derechos de los hombres deberían ser representados en cualquier conferencia de ese estilo. Ella desvió la cuestión, diciendo que a lo que ella se refería era a acuerdos similares a los que los países como Canadá y Nueva Zelanda tienen con sus minorías preeuropeas, con las mujeres asumiendo el rol de una clase minoritaria.

Estos acuerdos suelen incluir al gobierno (elegido con la ayuda de la minoría) de una parte y a la minoría señalada por la otra. Refiriéndonos a la propuesta de Martin, esto se materializaría en un acuerdo entre el gobierno (elegido principalmente por la mayoría femenina) por una parte y los grupos feministas por la otra, sin ninguna representación para los grupos de los hombres o de los padres. Dicho de otro modo, el equivalente constitucional de un juicio amañado, como sucede con la mayor parte de los organismos que son montados por instigación feminista.

Una considerable cantidad de confusión envuelve a las palabras “igualdad” y “equidad” en la arena política. La palabra “equidad” se refiere a algo como “juego limpio”, y todo el mundo está o dice estar a favor del juego limpio. El problema, dentro de la teoría política, es elegir la medida a partir de la cual escogemos lo que es justo o equitativo. Aquí es donde el término “igualdad” hace acto de presencia. El concepto en el pensamiento político occidental es que la única forma posible y efectiva de asegurar la creación de un contexto igualitario es crear una situación igualitaria entre todas las partes implicadas. Gail Tulloch (1989: Mill and Sexual Equality. (“Giro e igualdad sexual”). Hemel Hempstead: Harvester Wheatsheaf) presta atención a lo difícil que resulta el ser claro cuando nos referimos al término “igualdad”:

“La igualdad en sí misma... es un atributo incompleto… la igualdad es un concepto relacional y debe considerarse a partir de una característica común. Un tablón de madera puede ser más grande que un trozo de pastel. Un perro y un gato son diferentes, pero no necesariamente desiguales. Resulta incluso complicado plantear la cuestión de si un gato y un rosal son iguales. El único sentido que puede dárseles a estas especulaciones es imaginarse una situación en la que mi gato esté utilizando mi preciado rosal como lugar donde afilarse las uñas y como resultado de este proceso llenándolo de agujeros. Pero aquí yo no estoy preguntando si los dos son iguales, para decidir a partir de ahí sobre esta cuestión; más bien, estoy organizando mis prioridades, en base a la importancia relativa que yo le doy a estos dos elementos, según el grado de cariño que me inspiran-puede ser para a partir de ahí decidirme cuál se queda y cuál se marcha.” (op. cit., 181).

“Un tablón de madera puede ser más grande que un trozo de pastel” escribe, pero (asume ella) nosotros nunca nos preguntamos si un trozo de pastel y un tablón de madera son iguales. ¿Por qué? Tulloch sobreentiende que la razón estriba en que no comparten ningún atributo en común. La igualdad es una relación entre dos o más entidades, y no existe ningún parámetro o atributo significativo (según Tulloch) respecto del cual un tablón y un trozo de pastel puedan entrar en ninguna clase de relación. ¿Pero es esto realmente cierto? No. En términos del precio (valor relativo), por ejemplo, podemos preguntarnos sensatamente si el precio de un tablón es igual, superior, o inferior al precio de un trozo de pastel. El aspecto económico es un poderoso nivelador. Sucede igual con parámetros como la longitud, altura, peso, volumen, masa, densidad, contenido en azúcar, combustibilidad, flotabilidad, rigidez, conductividad, etc. Podemos preguntarnos en buena lógica si un tablón y un trozo de pastel son iguales respecto a cualquiera de estos criterios.

Sin embargo, todavía nos queda el explicar porque Tulloch escogió un tablón y un trozo de pastel, no importa cuán equivocadamente, como un ejemplo de elementos no comparables. Lo más seguro es que Tulloch-como la mayoría de la gente, sin lugar a dudas- considera las funciones de un tablón de madera y de un trozo de pastel dentro de la sociedad como algo tan diferenciado, que la idea de que puedan poseer cualquier atributo en común no llega a ocurrírsele. El punto en política es que el tema de la igualdad sólo es relevante cuando las funciones de lo que se está comparando son similares. Si deseamos comparar a los hombres con las mujeres, como las feministas hacen de un modo constante, entonces lo primero que debemos preguntarnos es si las funciones de hombres y mujeres son lo suficientemente similares. No estoy diciendo que serían imposibles de comparar si sus funciones fuesen muy distintas. Pero, como con el tablón y el trozo de pastel, no resultaría demasiado relevante compararlos si sus funciones fuesen demasiado diferentes.

Este es el núcleo del cambio de modelo que el feminismo ha significado en la historia de la humanidad: La posición prefeminista o no feminista fue que, en conjunto, las funciones reservadas para los hombres y las mujeres son y deberían ser distintas, a partir de ahí la cuestión de la igualdad se vuelve irrelevante. La postura feminista, por supuesto, ha sido siempre que las funciones de hombres y mujeres deberían ser más o menos idénticas y que debería tratarse a ambos sexos de un modo igualitario mientras realizan estas tareas idénticas.

Esto explica la paradoja de la fuerza del movimiento feminista en tiempos de guerra. El hecho de que la sociedad demandase a las mujeres el asumir los roles ocupacionales dejados por los hombres enrolados o que marcharon voluntarios al ejército hace que las funciones para los hombres y las mujeres se vuelvan (aunque sea temporalmente) bastante más similares, de esta manera la cuestión de la igualdad se vuelve más relevante en apariencia. ¡Esto a pesar de que prácticamente sólo los hombres tuviesen que sacrificar sus vidas en la línea del frente!

Así que la cuestión fundamental es si las funciones de hombres y mujeres en la sociedad podrían ser idénticas alguna vez, de forma que la auténtica igualdad entre hombres y mujeres pudiese establecerse. Algunas feministas se esfuerzan por alcanzar esta meta intentando conseguir sociedades unisex o multigénero. La mayoría de los masculinistas liberales estarían de acuerdo con las motivaciones implícitas en esta agenda si (y se trata de un “si” muy importante) los hombres estuviesen influyendo en igualdad de condiciones en el desarrollo de las políticas basadas en el sexo. De otra forma, los hombres y las mujeres terminarían con roles idénticos—con la excepción de que los roles de los hombres seguirían conservando las cargas que las mujeres no quieren para ellas.

 

El masculinismo conservador

Si bien los masculinistas conservadores no rechazan rotundamente el concepto de igualdad, dan una prioridad superior a la equidad, ya que la relación existente entre los dos sexos es considerablemente distinta a la relación entre los diversos grupos sociales y raciales a los que se aplicó por primera vez el modelo de “igualdad”:

“Los juzgados no pueden tratar a las mujeres del mismo modo que tratan a las minorías raciales… el gobierno no debería disponer de unas facilidades o tratos diferenciados para las razas… Una regla semejante no puede aplicarse en lo referido a los hombres y las mujeres, ya que nuestra sociedad percibe de un modo muy claro que existen diferencias relevantes y que éstas deberían ser respetadas. Por citar los ejemplos más obvios, ninguna ciudad debería establecer constitucionalmente lavabos separados para blancos y negros, pero ciertamente si puede hacerlo si se trata de hombres y mujeres. Similarmente las fuerzas armadas no podrían eximir a un grupo racial de la obligación de luchar en el frente pero seguramente pueden alejar a las mujeres del combate." (Bork 1990, 329).

Los hombres y las mujeres, después de todo, se incluyen dentro de la única y exclusiva relación primaria que es esencial para la conservación de nuestra especie. Es una relación de dependencia mutua. Como consecuencia, existen diferencias físicas entre hombres y mujeres que diferencian sus conductas sexuales, y que afectan a las leyes en temas como la violación (ver el capítulo sobre la violación).

Una de las metas principales de cualquier sociedad es asegurar su propia supervivencia mediante la reproducción exitosa y la educación y cuidado de las nuevas generaciones. Esto se consigue normalmente a través de la cooperación e interdependencia de los dos sexos. Con el tiempo la tecnología médica podrá ofrecer otras opciones a tener en cuenta, pero puede que aún sea demasiado temprano como para especular sobre las consecuencias exactas de estos cambios.

En ausencia de las opciones tecnológicas, la mencionada interdependencia dificulta el intento feminista de aplicar su modelo de “igualdad” al tipo de relación existente entre hombres y mujeres. Consideremos simplemente, si grupos diferentes deben cooperar y por naturaleza tienen papeles complementarios (bastante más que idénticos), ¿es la igualdad algo necesariamente coherente, o siquiera apropiado o deseable? Si no lo es, ¿deberíamos desarrollar algunos criterios de equidad basados en algo distinto de la igualdad- algo del estilo a “derechos y responsabilidades equivalentes”? (Van Mechelen, 1993).

 

Dimorfismo sexual

Frecuentemente las feministas presionan a las mujeres diciéndolas que deberían desear sustituir sus roles tradicionalmente femeninos. Este despertar de la consciencia ocurre en los mítines feministas y en los cursos de estudios de mujeres, en los espectáculos de televisión y en las películas, y en las editoriales de las revistas y los periódicos. Animan a las mujeres a tomar parte en las ocupaciones destinadas tradicionalmente sólo a los hombres, incluso cuando estas ocupaciones son manuales y de un status y sueldo bajos.

Muchos hombres, por supuesto, están de acuerdo con que el trabajo antiguamente reservado a los hombres es de algún modo más importante que el de las mujeres. Verdaderamente, a muchos hombres se les ha enseñado (¿lavado de cerebro?) a pensar así desde la cuna, porque muchos aspectos del rol masculino incluyen ciertos sacrificios y desventajas (por ejemplo, menor esperanza de vida, asumir el riesgo, machismo, caballerosidad, reclutamiento en el ejercito) que muchos hombres no estarían dispuestos a aceptar si no existiesen compensaciones en forma de un (aparente) estatus superior.

Habitualmente, las mujeres han tenido un sentido más discreto de su propia superioridad respecto a los hombres que les ha permitido afrontar los sacrificios y desventajas que su rol habitual les demanda. Las feministas, sin embargo, tienden a pensar que los roles típicos dados a las mujeres son inferiores, y esta confusión de roles (¿envidia del pene?) es la verdadera causa y origen del feminismo. Muchas de sus escritoras más destacadas, comenzando con Mary Wollstonecraft, han sido lesbianas o bisexuales practicantes, así que esto podría explicar la confusión de roles. (Camille Paglia, una destacada antifeminista bisexual podría ser la excepción que confirma la regla. Puede autodenominarse como “feminista”, pero esto es casi una obligación para las mujeres estadounidenses hoy en día, y no tiene ningún significado en la práctica)

Esto no demuestra que las feministas estuviesen necesariamente equivocadas; desde el momento que factores objetivos, como las mejoras en los métodos anticonceptivos y los aparatos que ahorran el trabajo en el hogar, han supuesto que actualmente tenga sentido para las mujeres el asumir aspectos del rol tradicionalmente masculino. ¿Pero hasta dónde debe llegar esta indefinición de la frontera entre los géneros? Puede que el dimorfismo sexual nos de la respuesta.

El dimorfismo sexual (que los machos tengan características físicas diferenciadas de las hembras) es un rasgo común entre los seres vivos dotados de reproducción sexual. En algunos casos se sustituye o complementa por indicaciones no visuales, como el olor, etc., o por comportamientos específicos dependientes del género. Obviamente, sería muy ineficiente, considerando la supervivencia de una especie concreta, que los miembros de esa especie tuviesen dificultades para diferenciar a los machos de las hembras.

En el ser humano, los roles de género ayudan a distinguir a los hombres de las mujeres. No quiero decir con esto que nos extinguiríamos si los roles de hombres y mujeres se volviesen idénticos, mientras otros distintivos, como la forma de vestir, los afeites, el tipo de peinado, tono de voz, etc., permaneciesen. Irónicamente, algunas personas están tan preocupadas por el problema de la superpoblación que podrían llegar a defender la eliminación de todas las distinciones de género como un medio para limitar la reproducción humana. Las feministas, a pesar de todo, parecen considerar suficiente la idea de que los roles masculinos y femeninos podrían hacerse idénticos. A partir de ahí hablan/escriben como si el hecho de que estos roles pudiesen hacerse semejantes prueba que deberíamos hacerlos semejantes. De nuevo, su premisa latente parece ser que los roles de hombres y mujeres no serían igualitarios si no fuesen idénticos. Para Alexander, la cuestión central es la libertad de elección:

“La pasada posición de las mujeres en la vida ha limitado sus oportunidades para el logro, tanto intelectual como creativamente. La responsabilidad de cuidar de los niños y gestionar el hogar dejaba poco tiempo a la mayoría de las mujeres para atender sus necesidades intelectuales y creativas. Y si la civilización se ha empobrecido por esta causa, también se ha empobrecido porque los hombres, a su vez, se han visto obligados a seguir un rol modelo que dejaba sin desarrollar una parte de su humanidad.” (Alexander: "A Woman's Place?" “¿Un lugar de la mujer?”, Hove: Wayland, 1983, p.17)

Como de costumbre, existen muchas presuposiciones ocultas en esta queja típicamente feminista. ¿Qué proporción de la población femenina experimenta normalmente fuertes “necesidades intelectuales y creativas”? Creo que se trataría más bien de un problema solamente para una pequeña pero articulada proporción de la clase media.

Más aún ¿Acaso las clases de responsabilidades que los hombres han tenido que soportar tradicionalmente, les han dado más tiempo que a las mujeres para satisfacer sus necesidades intelectuales y creativas? En realidad, muchas mujeres, incluyendo a las escritoras feministas, tienen el tiempo libre necesario para realizar sus sueños precisamente porque realizan roles de ama de casa, relativamente poco absorbentes, a veces incluso parasitarios, los cuales, gracias a los electrodomésticos que ahorran trabajo en el hogar, la píldora anticonceptiva y los maridos trabajadores, les dejan una gran cantidad de ocio para realizar actividades que sus maridos explotados, atrapados en la lucha por la vida, no pueden permitirse disfrutar. Si estas mujeres tuviesen trabajos a jornada completa, ¿cuánto tiempo les quedaría para escribir libros sobre cuánta compasión sienten por ellas mismas?

Los lamentos feministas, como “la mística femenina” de Betty Friedan, libro en que se reivindica sobre los problemas propios de un ama de casa urbana, son comparables a los lamentos de un niño consentido. Particularmente si se compara con lo que los hombres soportaron durante las dos guerras mundiales y otras guerras civiles o regionales. ¡Las feministas personifican la generalización de que quienes más se quejan son a menudo grandes privilegiados! Las presentadoras de los informativos de la televisión, por ejemplo, frecuentemente ignoran los daños fatales sufridos por los hombres en los escenarios bélicos para concentrarse en lo que consideran algo mucho más horrible, como son los casos de violación sin resultado de muerte que puedan darse en estas situaciones. Cuando el conflicto es trasmitido en los canales de noticias, existen normalmente algunas referencias a la cantidad de mujeres y niños que se encontraban entre las víctimas. ¿Por qué debe destacarse en exclusiva a las mujeres- acaso sus vidas valen más que las de los hombres?

Las mujeres occidentales se quejan de lo muy “oprimidas” que están, despreocupadamente pasan por alto los problemas que los hombres puedan encontrarse, ¿y esperan que los hombres las tengamos en cuenta? ¿Por qué deberíamos hacerlo? ¿Cómo ha sufrido la civilización por el hecho de que muchas mujeres estuviesen cocinando, limpiando y cuidando de los niños cuándo podrían haber estado en las minas de carbón ensuciándose la cara con los hombres? Las feministas no tienen las respuestas necesarias. ¿Se ha beneficiado la sociedad más del trabajo en las minas que del cuidado de los niños? ¿Les importa de verdad a las feministas? ¿Su agenda se refiere realmente a que es lo mejor para la sociedad, o se trata de algo distinto?

Comúnmente las feministas se centran en hacer a las mujeres independientes de los hombres mediante el trabajo y el cuidado de los niños. ¿Por qué querrían hacer a las mujeres independientes de los hombres? La respuesta típica de las feministas radicales es que los hombres violan y abusan de sus esposas y novias. Pero esto no está apoyado por los hechos, tal como he explicado en otros capítulos. Así que ¿cuál es la auténtica razón? A las ideólogas feministas no les han gustado los hombres personalmente, o al nivel sexual, y toda su propaganda del odio es simplemente una proyección de su orientación psico-sexual.

Dejando aparte la misandria feminista, si hubiese más hombres realizando las labores domésticas y cuidando de los niños, ¿no se “empobrecería” la civilización por verse privada de la creatividad y los talentos intelectuales de los hombres? Y si esto permitiese a estos hombres “desarrollar parte de su humanidad” que de otra forma quedaría sin evolucionar, ¿No tendría esto como consecuencia el que las mujeres que les sustituyen como fuerza laboral quedasen entonces privadas de esta valiosa parte de su humanidad? Cualquier hombre que se vea finalmente convencido por estos argumentos feministas debe ser extremadamente ingenuo, pusilánime o sexualmente necesitado. Desafortunadamente, muchos hombres son las tres cosas a la vez.

Las mujeres tienen tendencia a conseguir “una buena boda” (en términos socioeconómicos). Pero como actualmente muchas mujeres tienen buenos puestos de trabajo, están experimentando dificultades crecientes para encontrar un hombre con el que casarse. Es decir, la demanda de hombres de un estatus social y económico comparativamente alto supera la cantidad disponible. Cuando la demanda de algo crece más que la oferta, el costo por unidad de ese algo también aumenta. En lo referido a la sexualidad, esto significa que las mujeres hacen un esfuerzo cada vez mayor para ser más atractivas sexualmente, a fin de conseguir la atención de los hombres que consideran deseables. A medida que la competencia sexual entre las mujeres por este recurso escaso se incrementa, el efecto emocional y físico para las mujeres puede volverse considerable, empequeñeciendo por comparación las serias advertencias de Naomi Wolf en su obra el mito de la belleza.

Existen diferencias bien definidas entre los hombres y las mujeres, tal como Tiger señala (1970) las cuales probablemente nunca desaparecerán de forma natural. Las hormonas sexuales, por ejemplo, del tipo de la testosterona, que genera reafirmación personal y un incremento en el impulso sexual y la agresividad tanto en los primates como en los seres humanos. Incluso antes de la pubertad, los chicos tienen más testosterona que las chicas- pero después de la pubertad la diferencia en los niveles de testosterona entre los dos sexos es espectacular.

También existen los ratios de maduración estándar entre las chicas y los chicos -tanto en los humanos como en los primates. En realidad, algunos de los machos de los primates necesitan el doble de tiempo que las hembras de su misma especie para alcanzar la madurez. Estas diferencias en la madurez humana son cuantificables, y se mantienen constantes en las diferentes culturas. No es algo necesariamente malo el madurar lentamente, si consideramos que las criaturas inmaduras aprenden más deprisa que las maduras. Así que los hombres pueden acabar aprendiendo más que las mujeres, porque maduran más tarde. Y esto puede guardar relación con el mayor tamaño del cerebro de los hombres comparado con el de las mujeres. Esta diferenciación unida al sexo no está causada por el mayor tamaño general de los varones, ya que los hombres grandes no tienen cerebros de mayor tamaño que los pequeños, y las mujeres grandes no tienen cerebros mayores que las mujeres pequeñas. ¡Sospecho que sería imposible obtener financiación para investigar este tema en una universidad occidental, debido a que las feministas podrían temerse que las conclusiones no iban a ser de su gusto!

Adicionalmente, existen evidencias objetivas de que las mujeres sonríen más que los hombres. Diferencias sexuales de este estilo aparecen incluso en bebes de tan sólo dos días de edad. Algunos académicos consideran la sonrisa como un signo de sumisión. En consecuencia llegan a la conclusión de que las mujeres están programadas genéticamente para ser deferentes con los hombres. Sea o no esto cierto, no vuelve inferior el rol de la mujer: Si el evitar las confrontaciones es uno de los motivos por los que las mujeres viven más años que los hombres, quizás deberíamos considerarlo como una estrategia superior.

Finalmente, ahí está la menstruación tema que las feministas tratan de evitar en la medida de lo posible. Basándose en las investigaciones de Katherina Dalton, Tiger (1970, p. 212) escribe:

“Aproximadamente un 40% de las mujeres sufren una variedad de síntomas preocupantes durante la última semana del ciclo menstrual (para conocer los resultados de otros investigadores ver la figura superior)… un 46% de los ingresos femeninos (en los hospitales de salud mental) sucedieron durante los siete u ocho días previos o coincidentes con la menstruación; en ese momento, también, acontecieron un 53% de los intentos de suicidio femeninos… El 45% de las empleadas en el sector industrial que informaron de enfermedad lo hicieron durante este periodo; Un 49% de los crímenes perpetrados por mujeres reclusas sucedieron en esta etapa, de la misma manera que un 45% de los castigos impuestos a las escolares... quienes eran prefectas o monitoras de disciplina repartieron una cantidad muy superior de castigos a los demás durante el periodo menstrual, y ella plantea la pregunta de si se da o no la misma situación con las mujeres juezas de primera instancia, profesoras y otras figuras de autoridad femeninas.”

Ciertamente, los hombres y las mujeres no son idénticos. En consecuencia no existe un modo sencillo de medir si son o no son “iguales” el uno al otro en un momento y lugar concretos. Como sociedad debemos determinar las equivalencias apropiadas entre hombres y mujeres en aquellas áreas en las que nos diferenciamos más fundamentalmente. Es decir, debemos esforzarnos por conseguir equidad más que igualdad.

Un cierto grado de conducta complementaria entre los dos sexos debe aceptarse de un modo inevitable. Es algo completamente contrario por nuestra parte al derecho natural el juzgar a las mujeres y a los hombres en base a criterios diferenciados sólo cuando esto evita que las mujeres sean excluidas en ciertas ocupaciones (por ejemplo, la policía y los deportes profesionales). A partir de ahí, debemos o bien utilizar también patrones separados que beneficien a los hombres, o abolir cualquier clase de doble patrón.

 

Conclusión

Hemos demostrado que es falso afirmar que el feminismo busca la igualdad de sexos o de géneros. El movimiento de los hombres necesita que hagamos pública esta aclaración. Esconderla debajo de la alfombra permite que las feministas, que son quienes controlan en gran medida la agenda de la guerra de sexos, cambien de posición entre varias nociones implícitas de igualdad, dependiendo de la que mejor se acomode a sus propósitos políticos en un momento dado. Y esto sucede frecuentemente para detrimento de los hombres, los niños y la sociedad.

Es necesario que negociemos un contrato sexual entre masculinistas y feministas que incluya una noción de equidad/igualdad sobre la que todos estemos de acuerdo. Podría o no basarse en una “igualdad” real entre hombres y mujeres, aunque los factores que se han mencionado anteriormente hacen que esto sea poco probable. En ausencia de una identidad e igualdad reales entre los roles de hombres y mujeres, deberían existir compensaciones entre las ventajas relativas de los papeles dados a hombres y mujeres, como sucedía en el pasado en occidente, y tal como perduran aún en muchas partes del mundo. Estos arreglos definirían un camino para el desarrollo futuro de las sociedades occidentales. Llegados a este punto, podrías estar preguntándote:

  1. ¿Qué camino?

  2. ¿Por qué?

  3. ¿Adónde nos conduciría?

  4. ¿Por qué debería ser este un buen destino?

No intentó dar respuesta a estas preguntas aquí. Ya existe toda una gama de posibles respuestas propuestas por otros. Podría exponer mis propias reflexiones sobre esta cuestión en otro libro, pero por el momento propongo que los grupos de padres y hombres y los grupos de mujeres trabajen separadamente.

Relacionado con este tema, es muy alentador saber que en marzo del 2001 Austria, por primera vez mundial, haya creado un departamento dedicado a los temas de hombres, dentro de la sección de Juventud, Hombres y Temas Especiales de Familia del Ministerio de Seguridad Social y Generaciones.

 

Prólogo a la versión española

Prefacio a la Edición NZEP

Introducción: ¿Qué es el Feminismo?

Capítulo 1: Narcisismo Feminista y Poder Político.

Capítulo 2: Circuncisión contra elección

Capítulo 3: Violación: Conservando Tu Pastel a Pesar de Habértelo Comido

Capítulo 4: Mentiras sobre la violencia doméstica, un dilema sin salida para los hombres.

Capítulo 5: Falsas acusaciones y la mentira del abuso infantil

Capítulo 6: La Mentira del Sistema de Justicia Masculino

Capítulo 7: Temas laborales y la mentira de que “las mujeres pueden hacer cualquier cosa”

Capítulo 8: Las mentiras sobre la educación

Capítulo 9: Mentiras, malditas mentiras y estadísticas de las Naciones Unidas.

Capítulo 10: La mentira de la igualdad

Capítulo 11: El derecho a la elección y el aborto

Capítulo 12: El Lenguaje sexista: ¿Cree Satán que ella es varón?

Capítulo 13 : Educadoctrinamiento mediante el complejo de los medios de comunicación y la universidad

Capítulo 14: La Mentira de la representación masculina

Capítulo 15: Manifestaciones del feminismo

Notas

Referencias

FAQ

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Peter Douglas Zohrab

Latest Update

24 March 2018

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