Se ha proyectado en nuestros cines no hace mucho la tercera entrega de la
ultraviolenta serie de películas titulada genéricamente como
“The Expendables”, que narra las aventuras bélicas de un
grupo de mercenarios interpretados por prestigiosos actores del cine de acción,
entre los que destaca el actor, productor, guionista y director de cine Silvester
Stallone, también destacado dentro de este género cinematográfico
tras protagonizar las aventuras del exbonia verde y veterano de la guerra
de Vietnam John “Rambo”.
Muy a pesar mío he visto las dos primeras partes de esta saga. La
primera por tener varios amigos aficionados a este tipo de cine que deseaban
ir a verla. La segunda invitado por otro más. Particularmente violenta
me pareció la escena que da comienzo a la segunda película,
en la que desde un vehículo todoterreno conducido a toda velocidad
y armado con una ametralladora pesada los mercenarios protagonistas despedazaban
con balas de gran calibre a sus enemigos, en un alarde de violencia que resultaba
repulsivo, sobre todo por el elevado grado de verismo con el que los artífices
del film trataban de plasmar lo más claramente posible el gran destrozo
que estas balas pueden ocasionar en el cuerpo de un ser humano, o más
concretamente, en el cuerpo de los hombres que eran muertos en un gran número
y de un modo tan brutal por el comando de los “Expendables”.
Esta escena me impresionó bastante porque me recordó un documental
dado poco tiempo antes en la televisión, titulado “comerciantes
de armas” en el que se analizaba entre otros factores el impacto de
la venta y tráfico de armamento en los países del tercer mundo,
donde los conflictos armados son mucho más frecuentes que en nuestro
desarrollado mundo occidental.
En este documental se presentaba junto a otros casos de heridos graves y
mutilados por armas de guerra la situación de un hombre de tan solo
veinte años que permanecía en estado vegetal en la cama de un
humilde hospital de el Congo, asistido por tratamiento médico, y con
la cabeza vendada tras ser alcanzado precisamente por un arma automática.
Era incierto saber si se recuperaría alguna vez de su condena a pasar
el resto de su vida en coma o cuál sería su estado en caso de
recuperar la consciencia. El médico explicaba que se trataba de balas
de gran calibre y que era muy difícil restablecer a los pacientes heridos
de este modo. Son armas creadas para causar el mayor daño posible,
destrozos prácticamente irrecuperables, que resultarían difíciles
de sanar incluso en un hospital moderno dotado de los medios más avanzados,
sino directamente mortales en el preciso momento de causarse la herida*.
Cuando en la escena de los Expendables observé como la sangre y los
cuerpos acribillados a balazos prácticamente explotaban en el aire
me dí cuenta de que los especialistas en efectos especiales habían
tenido gran cuidado en reproducir del modo más exacto posible como
estas armas pueden destrozar a una persona. Pero lo que no me entraba en la
cabeza era que esto se hubiese hecho como un espectáculo divertido,
algo que aplaudir en una supuesta gran película que impactaba a su
público desde los primeros minutos de la proyección.
Podría decirse que no tiene sentido ir al cine con esta mentalidad
ya que se trata sólo de ficciones. Esto es muy cierto ya que si al
final fui lo hice por voluntad propia, aunque presionado por los gustos de
mis amigos o el hecho de que otro amigo mío tuviese dos entradas e
insistiese mucho en que le acompañase para no ir solo. Pero decir es
“sólo ficción” no me parece exacto, yo diría
más bien que se trata de ficción, pero no le quitaría
valor diciendo que es “sólo” ficción. Estas actitudes
repetidas en las pantallas tienen impacto en como interpretamos nuestras vivencias,
por así decirlo incluyen una importante carga de valor cultural y educativo
y pueden configurar nuestro ser psicosocial. En este caso fomentan y favorecen
una de las peores y más antiguas discriminaciones sexuales que los
hombres hemos sufrido como fruto de la división de roles diferenciados
que repartió las cargas y privilegios de los dos sexos, al adaptarse
hombres y mujeres recíprocamente para la supervivencia de nuestra especie.
Esta grave discriminación sexual masculina es “la competencia
extrema entre varones” basada en la noción cultural de que los
hombres deben estar preparados para luchar entre ellos como parte de su esencia
o ser masculino más fundamental, o al menos como necesidad o alternativa
muy probable nacida de su proceso de socialización y las demandas para
las que éste les adiestra. Y esta tendencia ha tenido y tiene efectos
terribles para los hombres, a lo largo de toda la historia, tanto en periodos
de guerra como en épocas de paz.
Efectivamente, según la UNODC (Oficina de las Naciones Unidas contra
las Drogas y el Delito) en su primer Estudio Global sobre el Homicidio, publicado
en el año 2011, estableciendo una media mundial los hombres se enfrentan
a un riesgo mucho mayor de muerte violenta (11,9 por 100.000) que las mujeres
(2,6 por 100.000).
Otro estudio de carácter internacional realizado por la Secretaría
de la Declaración de Ginebra en el año 2011, el informe sobre
“La Carga Global de la Violencia Armada”, da valores mundiales
de violencia mucho más elevados para los hombres que para las mujeres,
con un 87% de hombres víctimas de muerte violenta frente a un considerablemente
inferior 13% de víctimas de sexo femenino.
No debemos olvidar que es en este 2014 cuando lamentamos el centenario de
una de las mayores atrocidades colectivas que han marcado de un modo indeleble
la historia de la humanidad, La Primera Guerra Mundial, en la que murieron
más de 14 millones de personas, de las cuales la mayoría fueron
hombres (la guerra provocó la muerte de unos 9 millones de combatientes).
Hubo también millones de heridos, mutilados y desaparecidos como resultado
de la “Gran Guerra”**. En esas terribles circunstancias que fueron
cien por cien reales los hombres enviados al frente como soldados pasaron
por situaciones muy parecidas a las barbaridades típicas de las películas
de acción. Como bien explica en su obra “Historia del Mundo”
el objetivo y bastante moderado en sus descripciones José Pijoan, refiriéndose
a La Primera Guerra Mundial:
“…Se desplegó entonces tal cantidad de inventiva para
destruir y tal energía para resistir, que señala un cambio en
la Humanidad. Daremos algunos datos: para desalojar los alemanes a los rusos
de la fortaleza de Gorlice el primero de mayo del año 1915 dispararon
700.000 cañonazos; en febrero de 1916, en Verdún, en el espacio
de doce horas cayeron un millón y medio de balas de cañón:
alteraron la topografía del terreno, hasta arrasar colinas y rellenar
valles. La cantidad de bajas fue en proporción: en los ataques y contraataques
para atacar y defender a Verdún pereció medio millón
de combatientes por cada lado. (…) Todo ataque iba precedido de un verdadero
diluvio de granadas grandes y pequeñas concentrado en un reducido sector
de las trincheras y destinado, más que a destruir, a desmoralizar al
enemigo. Así, a veces se conquistaban algunos centenares de metros,
pero no era más que el terreno que se necesitaría para las fosas
de los que habían perecido al conquistarlo. En la batalla del Somme
los ingleses avanzaron algunos kilómetros en un frente de treinta y
cinco, pero tuvieron, en el primer día solamente, 55.000 bajas. Durante
aquellos meses de ofensiva, desde julio hasta noviembre de 1916, los ingleses
perdieron un promedio de cien mil hombres cada mes y los alemanes calcularon
que la batalla del Somme les había costado medio millón de soldados.
La ofensiva de Nivelle en Soissons en abril de 1917 costó a los franceses
100.000 hombres y la simultánea de los ingleses en Arras, 84.000; la
tercera batalla de Ypres en julio del mismo año 1917 representó
para los ingleses y franceses un total de 400.000 bajas y 250.000 para los
alemanes” (Historia del Mundo, editorial Salvat, año 1963, Autor:
José Pijoan, volumen quinto Págs. 250-251)
Cifras inmensas que si nos paramos a pensar más en serio lo que representan
sobresaltan, cuando consideramos el hecho de que detrás de cada uno
de los números añadidos al total de caídos existió
una vida entera, que fue perdida muchas veces en medio del gran dolor y angustia
que provoca la muerte en un campo de batalla.
Y esta carnicería que los hombres de aquella época sufrieron,
que cualquier hombre se lo plantee para sí mismo, hombres que podrían
ser según el caso un padre, un hermano, un hijo, también amigos,
amantes o compañeros sentimentales, o vecinos y conocidos contra los
que nunca existió nada personal en contra, o incluso cada uno de nosotros,
muertos prematuramente de un modo tan cruel, es consecuencia en un importante
grado de la competencia extrema entre varones, la cual se fortalece y mantiene
gracias a formatos culturales similares a los de las películas violentas
como las de la saga “The Expendables”.
Desde los cómics, a los videojuegos o los poemas épicos de
la antigüedad y otros múltiples formatos culturales trasmitidos
con mayor o menor grado de sofisticación en las diferentes épocas,
la sociedad ha visto necesario inculcar a los hombres los principios de la
competencia extrema para poder movilizarlos a la matanza y barbarie de unos
contra otros cuando las necesidades de cada sociedad o las diferentes manipulaciones
ideológicas y políticas así lo requiriesen, para defender
sus intereses o alcanzar sus fines, como una herramienta de carne y hueso
sacrificable sin mayores miramientos, carentes de muchos de sus derechos básicos
una vez ataviados con el uniforme de soldados, a cambio en algunas ocasiones
de la mera recompensa de una ceremonia y de vez en cuando una medalla***.
También podemos observar los efectos de la competencia extrema entre
varones en los ambientes en los que determinados jóvenes muy influenciados
por este modelo participan en intimidaciones, peleas o agresiones graves contra
otros hombres en numerosas ocasiones mucho más pacíficos que
la minoría que ataca decididamente y por la más ligera excusa,
que no razón justificada, a los demás. Las peleas, las palizas
y agresiones de fin de semana, los navajazos mortales dados por la causa más
nimia en el entorno de los bares de copas, que matan a un joven y destruyen
la felicidad de una familia entera a veces de un modo irreversible, son también
en un importante grado fruto de esta discriminación antivarón.
Otra variante se encontraría en los ambientes de fuerte competencia
deportiva donde lo que debería servir para disfrutar de un espectáculo
de destreza en el terreno de juego se convierte en un detonante para el enfrentamiento
entre los animadores más extremistas de los equipos rivales, que pueden
terminar en agresiones e incluso muertes, como ha sucedido con el reciente
caso de la muerte del hincha del Deportivo de la Coruña e integrante
del grupo ultra Riazor Blues, Francisco Javier Romero Taboada, de un modo
tan absurdo como gratuito, ya que no existía ninguna razón coherente
salvo su odio recíproco para que los seguidores más radicales
de varios clubs se enfrentasen violentamente y de forma consistente. Hasta
que finalmente la alarma ha saltado a los medios después de que suceda
la dolorosa tragedia de una muerte, que además deja a dos hijos huérfanos
de padre.
También y a un nivel más personal la competencia extrema entre
varones podría afectar al carácter de algunos hombres, volviéndoles
más cerrados y desconfiados hacia los de su sexo, inhibiéndoles
de compartir su mundo afectivo con otros hombres, ya que la sociedad les ha
inculcado un sentimiento de competencia, recelo o enfrentamiento, antes que
de empatía y solidaridad abiertas al apoyo mutuo. Y este factor favorecería
la perpetuación de una sociedad sin hombres unidos y en lucha por el
desarrollo de su propio movimiento de liberación y potenciación
masculina, al haber sido los varones educados para vivir enfrentados o en
desconfianza, en vez de a unirse y apoyarse como se les enseña más
frecuentemente a las mujeres, lo que ha favorecido que desarrollen con muchos
años de ventaja su propio movimiento de liberación.
Recordemos como los datos de la UNODC y la Conferencia de Ginebra nos indican
que los hombres están mucho más afectados por esta discriminación.
Sobre todo en las zonas en las que los medios educativos, las condiciones
socioeconómicas y de bienestar y estabilidad familiar están
fuertemente deteriorados se multiplica este fenómeno con sus pésimas
consecuencias. Los homicidios violentos y atrocidades continúas perpetrados
en las rutas del narcotráfico en países como México ejemplifican
esta situación. Los delincuentes organizados se trasforman en grupos
armados similares a ejércitos, los cuales pelean entre sí despiadadamente
para eliminar cualquier competencia por los escasos recursos de los que disponen
para su supervivencia económica, en muchos casos el control del tráfico
de drogas. Esto genera una creciente escalada de la violencia y muchos jóvenes
que nacen en estos entornos tan negativos asumen sin más reflexión
un rol muy similar al de soldados al servicio de su pandilla o grupo, lo cual
les conduce indistintamente a matar o morir. Este fenómeno es asimilable
a lo sucedido con las luchas entre pandillas en los barrios más marginales
de algunas ciudades americanas o europeas, donde en ciertas ocasiones incluso
la policía debe tomar fuertes medidas de protección antes de
hacer acto de presencia, dada la gran peligrosidad de estas áreas.
Es una insensatez si se considera desde fuera, pero vivido desde dentro
asemeja una alternativa fatal e ineludible para muchos de los protagonistas,
en la que la miseria, la violencia y la competencia extrema entre varones
se mezclan entre sí. Y este modelo tan peligroso puede establecerse
rápidamente en cualquier latitud siempre que la situación social
se deteriore incluyendo pobreza, violencia y odio cultural de hombre contra
hombre, como el que potencian las frívolas pero muy dañinas
películas como los Expendables.
Así que las producciones culturales o mediáticas de este estilo
pueden estar contribuyendo a matar o dañar a miles de hombres, al vulgarizar
esta clase de modelo de conducta no solamente en la pantalla de los cines
y televisores, sino en las vidas cotidianas de los hombres del mundo entero.
No hay nada que celebrar en una atrocidad gratuita que reproduce acciones
de guerra o muerte violenta que ocasionan un gran dolor. Es un espectáculo
degradado y negativo, una variante atenuada de los antiguos combates de gladiadores,
en los que los participantes que se destrozaban mutuamente para deleite de
un público mixto eran varones también, pero donde el trasfondo
viene a ser bastante parecido: principalmente el entretenimiento basado en
la violencia de los hombres contra los hombres o su adiestramiento y enculturización
para que estén dispuestos a odiarse y destruirse mutuamente si sus
sociedades así se lo requieren, tal como sucedió durante la
mencionada Primera Guerra Mundial. En efecto, estos ejemplos de cine basura
sólo tienen el efecto positivo de enriquecer a unos cuantos guionistas,
directores, actores o productores que en sus vidas reales tendrán buen
cuidado de no exponerse a situaciones parecidas a las que representan en sus
películas, mientras disfrutan en un ambiente de lujo y comodidades
de las grandes cantidades de dinero que ganan manipulando y fomentando el
drama que representa en la realidad el que los hombres se odien, ataquen y
maten entre sí****.
Abordar en profundidad el tema de la competencia extrema entre varones sería
intentar analizar, explicar en sus consecuencias y buscar soluciones prácticas
a una de las peores-sino la peor de todas- discriminaciones de género
masculinas. Es difícil comparar sus efectos negativos con los de la
vinculación de lo masculino al riesgo,
Debería escribirse un libro dedicado al tema, o al menos un capítulo
entero dentro de un libro sobre los derechos de los hombres. Pero de entrada,
de la misma forma que las autoridades de los medios audiovisuales se plantean
la necesidad de luchar contra la violencia mediática hacia las mujeres,
como ha sucedido en Argentina durante el 2014,
medidas similares deberían potenciarse para evitar específicamente
las emisiones mediáticas que potencien la violencia contra los hombres,
que es por regla general mucho más grave en contenidos y efectos que
la sufrida por las mujeres*****, como nos demuestran las mencionadas estadísticas
referidas al número de muertes violentas sufridas por los dos sexos,
ya que no existe ni un solo motivo para pensar que si la difusión de
las conductas violentas contra las mujeres en la ficción puede aumentar
la violencia que éstas sufren en su vida real, no suceda lo mismo con
la difusión de la violencia contra los hombres.
Pero los diferentes gobiernos occidentales no harán esto, ya que
al plantear la lucha por la igualdad según un esquema femicéntrico
están bastante insensibilizados con las discriminaciones masculinas.
Otra prueba más de que los análisis, las leyes o las instituciones
nacidas del movimiento feminista de género son incapaces de construir
una igualdad auténtica y honesta entre los dos sexos, y motivo por
el cual el hembrismo politizado debe ser superado por un nuevo modelo más
honesto y objetivo capaz de construir la verdadera igualdad.
Queda entonces la responsabilidad de cada hombre individual a la hora de
apoyar esta clase de formatos que pueden favorecer una grave discriminación
de la que nosotros antes que nadie deberíamos abolir en primer lugar,
evitando participar en cualquiera de los dos extremos, verdugos o víctimas,
que esta forma de discriminación conlleva. Baste con reflexionar sobre
la cantidad de violencia insensata y muertes de hombres por hombres que pueden
emitirse diariamente a través de un medio tan cercano y asequible para
toda la población como es la simple televisión. Además
en la medida en que la competencia extrema entre varones ha sido una discriminación
reservada mayoritariamente por la sociedad para los hombres, no existe ni
de lejos una educación para la competencia extrema entre las mujeres,
razón por la que los mensajes en los que las mujeres ejercen violencia
entre sí son mucho menos habituales.
Los hombres debemos hacer, al menos los hombres sensibilizados con las discriminaciones
que nos afectan y los inteligentes dispuestos a actuar buscando el bien común,
todo lo que esté en nuestras manos para reducirla o eliminarla del
todo, actuando en cualquiera de los dos extremos, el de los hombres que la
ejercen como victimarios, principales responsables de la situación,
y el de los hombres que son sus víctimas. También debemos pensar
en todos los demás hombres que pueden terminar sufriendo nuevos ataques,
concretamente en aquellos más cercanos por los que sentimos un mayor
grado de interés y empatía, y cuya perdida o daño podría
ocasionarnos un mayor impacto emocional.
¿Cuáles podrían ser las mejores soluciones a este problema?
Planteando medidas generales y que cualquier hombre que así lo desee
pueda implementar inmediatamente en su vida yo sugiero evitar iniciar el proceso
siendo un hombre verdugo o agresor de otros hombres, apostando y apoyando
siempre que sea posible “la solidaridad masculina” como contraria
de “la competencia extrema entre varones”. También arrinconando,
marginando y si hace falta castigando a los hombres que decididamente sigan
atacando a otros hombres, ya que no puede consentirse que el matón
insensible a cualquier consideración fuera de su propio interés
egoísta, campe a sus anchas impunemente, como si los hombres que avanzamos
en nuestra liberación nos hubiésemos quedado ciegos frente a
su mala voluntad y tendencia repugnante al abuso. Y evitando de paso que las
películas como “The Expendables” se conviertan en éxitos
de taquilla.
Espero que los hombres que hayan leído este artículo hasta
el final se hayan sensibilizado con este problema y comiencen a reflexionar
sobre cuánto más podría añadirse para solucionarlo.
Está en nuestras manos hacerlo como grupo sexual unido, ya que lo que
nos discrimina como hombres no es sólo todo lo negativo surgido de
las formas más radicales del movimiento feminista. Hemos sido discriminados
por rol desde muchísimo antes de que el feminismo naciese y es injusto
achacar los perjuicios que nuestro sexo sufre únicamente al auge de
las ideologías más radicales, ginocéntricas y misándricas
derivadas del movimiento de liberación de las mujeres. No aceptar esto
es mantenerse en una idea muy poco desarrollada de lo que significa la discriminación
contra los hombres. Y si queremos combatir la competencia extrema entre varones
y acabar con los graves perjuicios que genera, conviene que cada vez que una
empresa cinematográfica reciba un guión de una película
como “The Expendables” lo arrojen directamente al cubo de la basura,
sin entrar siquiera en cuestiones morales, porque saben que realizando algo
así sólo perderán dinero, ya que la mayoría de
los hombres boicotearán ese ejemplo de cine basura y no comprarán
entradas para ser cómplices de su propia discriminación o la
que podrían acabar sufriendo sus hijos******.
Notas:
* La situación de este hombre y otros gravemente heridos por armamento
de guerra puede verse entre el minuto 31 a 36 del documental:
** Existen dificultades para encontrar una cifra definitiva referida al
número de muertes que la Primera Guerra Mundial provocó. El
balance de víctimas mortales ha sido muy variado, siendo la hipótesis
más aceptada que murieron catorce millones de personas, aunque en otros
recuentos se ha llegado a mencionar que fallecieron más de treinta
millones, o incluso 65, ya que algunos expertos han considerado que la terrible
epidemia de gripe española que asoló al mundo en el año
1918 estuvo en buena medida provocada por la Primera Guerra Mundial. Buscando
datos en Wikipedia se ofrece un recuento de bajas en el campo de batalla que
incluiría casi diez millones de muertos, cerca de ocho millones de
desaparecidos en combate, y más de 21 millones de heridos.
*** Cuando se criticó a Napoleón diciendo que la Legión
de Honor, condecoración creada por él para premiar grandes méritos
en la vida civil y sobre todo militar bajo su mandato, era un juguete para
adultos, éste, sin dudarlo, contestó que era con juguetes con
lo que se dirigía a los hombres, en su caso llegando incluso a hacerles
perder sus vidas en la guerra. También declaró en otra ocasión
que los títulos y las condecoraciones eran los juguetes con los que
dirigía a sus mariscales y generales para que hiciesen su voluntad.
En realidad su respuesta aunque cínica y conocedora era parcial, ya
que previamente aquellos hombres habían sido inculcados durante años
y años para estar dispuestos a dar la vida por su patria o servir valientemente
en los ejércitos bajo el mando de sus generales o el lógico
temor a la brutal y férrea disciplina militar.
Esto demuestra que los líderes del pasado pueden haber sido sexistas
con las mujeres, pero tampoco han sentido demasiada empatía por la
mayoría de los hombres, a los que han condicionado en base a su naturaleza
masculina, es decir por ser hombres, a muchas labores duras, ingratas e inhumanas
a pesar de ser, según las teorías feministas más típicas,
grandes machistas y apoyar supuestamente un régimen social y político
pensado para el beneficio y felicidad del sexo masculino y la explotación
y opresión del femenino. Pero una mirada algo más certera a
los hechos y las verdades históricas nos demuestran que este esquema
demasiado maniqueo y simplista no se corresponde con la realidad vivida por
hombres y mujeres a lo largo de la historia, disminuyendo seriamente el valor
intelectual de buena parte de la interpretación feminista más
reaccionaria.
¿Era por lo tanto Napoleón misándrico y muchos hombres
murieron víctimas de su misandria? Muchas de sus acciones nos demuestran
que sí lo era, aunque tan embebido en esta misandria como se encontraba,
entendiendo que el mundo era así y aquel era el rol inevitable que
les correspondía hacer a sus soldados por ser hombres, ni el mismo
se parase a reflexionar sobre su sexismo y negatividad contra el sexo masculino.
**** En el documental titulado: “Bailando con el diablo” se
analiza el estilo de vida dentro de un barrio de favelas brasileño
en la ciudad de Río de Janeiro, en el que clanes de jóvenes
organizados en torno al tráfico de drogas ejercen el control armado
de determinadas zonas, hasta el punto de que en una incursión de la
policía un agente recibe un balazo en la cabeza quedando gravemente
herido para fallecer varios días después en el hospital. El
inspector Jacir Ferreira, inspector de la Brigada Antidroga de Río
de Janeiro y amigo del fallecido, considera la situación planteando
sus dudas sobre el sentido de la operación policial, ya que a pesar
de esta arriesgada intervención en poco tiempo el sistema delictivo
de la favela volverá a su rutina habitual. Pocos días después
un importante narcotraficante del área muere abatido por la policía.
Minutos 48 a 58 del documental.
El balance de este ejemplo de competencia extrema entre varones resulta
tremendamente crudo. Demasiado brutal lo que significa ser disparado en contraste
con la publicidad estruendosa que ensalza a las películas de acción
como obras entretenidas.
Para ser un héroe de acción no es necesario ensanchar los
grandes músculos con entrenadores personales y dietas perfectas, ni
estudiar guiones de Hollywood cargados de tiros y explosiones junto a la soleada
piscina de una mansión. Ni ganar sueldos millonarios o aparecer elegantemente
trajeado y con una manicura perfecta sobre la alfombra roja el día
del estreno, mientras se reciben felicitaciones y aplausos por estar en lo
más alto del universo cinematográfico y lucrar con mucho dinero
a los accionistas y productores. No. Es más que suficiente con vivir
en un área altamente conflictiva, trabajar por un sueldo medio como
policía para poder sacar adelante a la familia y arriesgar tu vida
frecuentemente en el ejercicio del deber profesional, sin estar provisto de
los medios de seguridad que garanticen que no resultarás muerto o lesionado
de por vida tras cumplir con tu tarea, y mucho menos aún existan especialistas
que te sustituyan en los momentos peligrosos. O ser en la parte contraria
un joven sin expectativas de futuro, limitado por un entorno de miseria y
marginalidad, donde las actividades delictivas constituyan una de las pocas
vías disponibles para huir de la pobreza o poder satisfacer las múltiples
demandas de la sociedad de consumo.
***** El término violencia mediática contra la mujer está
sobre todo centrado en criticar el uso de la mujer como objeto sexual y los
mensajes que puedan disminuir su significación o valía comparada
con la del hombre. Pero estas formas de violencia no son exclusivamente sufridas
por las mujeres. De hecho cada vez encontramos más anuncios en los
que la belleza del cuerpo masculino es utilizada como reclamo sexual o identificada
como un aspecto fundamental de la valía de un hombre, y al mismo tiempo
abundan los anuncios en los que los hombres son despreciados abiertamente
y presentados como seres inferiores comparados con las mujeres. Así,
las mujeres no son las únicas víctimas de este tipo de discriminaciones,
y en buena lógica también deberían denunciarse estas
tendencias comunicativas cuando las sufren los hombres. Además el término
violencia referido a estos casos resulta bastante eufemístico, casi
exagerado, comparado con la violencia mediática de muerte, asesinato
y agresión física directa que se vuelca simbólicamente
día a día en los medios de comunicación en contra de
los varones.
Encontramos en estas campañas contra la violencia mediática
sufrida por las mujeres una de las trampas básicas del hembrismo: al
utilizar los términos violencia y discriminación siempre exclusivamente
unidos a la palabra mujer, y bombardear constantemente a la opinión
pública con estas ideas, logran popularizar la mentira de que sólo
la mujer está discriminada o es tratada con violencia. De esta manera
se distorsiona y aumenta el grado de victimismo asociado con el sexo femenino
para demandar más apoyos y ayudas en su favor, mientras se margina
a los hombres excluyéndolos desde el comienzo de las ventajas sociales
y políticas que derivan de ser un grupo oficialmente reconocido como
discriminado, a pesar de que en realidad estén en muchos aspectos muchos
más discriminados que las mujeres.
De hecho los hombres sufren una cantidad de violencia mediática muy
superior a la de las mujeres. Baste calcular durante un solo día delante
del medio de comunicación más cercano e influyente, la televisión,
cuántos agresiones o muertes violentas contra hombres podemos presenciar
y los comparemos con los casos similares sufridos por mujeres. Y estos datos
se vinculan con informes internacionales que demuestran que los hombres son
mucho más a menudo víctimas de violencia grave que las mujeres.
Nuevamente el hembrismo demuestra su vergonzosa incapacidad para hacer igualdad,
incluso en una cuestión tan sencilla como es analizar la discriminación
mediática sufrida por los dos sexos.
****** En declaraciones hechas en el 2008 el famoso miembro del grupo Oasis
Noel Gallagher culpaba a las drogas y los videojuegos de la grave oleada de
ataques con arma blanca ocurridos en Londres y otras ciudades inglesas durante
ese año, y confesaba la gran preocupación que les causaba a
su pareja y a él que alguno de sus hijos pudiese ser agredido violentamente,
ya que en el primer semestre de ese año se habían producido
sólo en la capital inglesa 18 apuñalamientos mortales en reyertas
entre jóvenes. El músico emplazaba al entonces primer ministro
Gordon Brown a tomar alguna medida para resolver este problema.
Y tras estas contundentes acciones ha sido posible reducir el problema en
los últimos años.
Datos como este pueden hacer reconsiderar a muchos padres quien corre más
riesgo al salir de noche a las zonas de copas y discotecas, si los chicos
o las chicas como acostumbra a pensarse tradicionalmente, y hasta que punto
los modelos de conducta para el enfrentamiento violento entre hombres inculcados
a través de los medios como modelos de la competencia extrema entre
varones, no favorecen y explican en buena medida estos asesinatos absurdos
entre adolescentes, que no han aprendido a apoyarse entre sí, sino
a pelear, competir entre ellos y en algunos casos destruir a otros jóvenes
por el más ligero motivo y sin compasión.