No
hace mucho se presentó en los escaparates de varios comercios de
Barakaldo la campaña
del lema “Mi cuerpo es mío” cuyo propósito es concienciar a las mujeres
y a la sociedad entera de que la sexualidad y el cuerpo femenino pertenecen
a las mujeres, y cualquier acción de explotación o manejo sexual egoísta
que se ejerza sobre ellas debe ser recriminada y abolida en sociedad, como
un abuso más englobable dentro del conjunto de las discriminaciones a la
mujer.
Sin embargo no
se da inicio a una campaña de sensibilización similar entre los hombres
para que estos también tomen conciencia de hasta que punto son dueños de
su cuerpo y su sexualidad, y de las serias explotaciones y abusos que pueden
sufrir en las relaciones heterosexuales dentro de este área tan importante.
Más aún teniendo en cuenta un entorno histórico y social en el que culturalmente
se han desarrollado mil y una formas de manipulación del deseo sexual masculino
asumidas como conductas femeninas típicas de la socialización o el cortejo,
pero que también conducen a que los hombres den a las mujeres un valor sexual
y afectivo muy superior al que las mujeres suelen darles a ellos, fomentando
una patentedesigualdad entre los
dos sexos.
Así existen gran
cantidad de acciones cuyo propósito no es otro que aprovecharse de la generosidad
y espontaneidad de la sexualidad masculina para que las mujeres disfruten
de diferentes ventajas en su relación con los hombres. Desde los diferentes tipos de maquillaje a los variados
contornos, colores y tonos de tinte para el pelo; las botas o zapatos de
tacón que definen mejor la forma de las piernas y aparentan una mayor estatura
o esbeltez; las prendas ceñidas y de colores vivos, pasando por las conductas
de coquetería o los relativamente recientes pero ya muy populares selfies glamorosos que permiten difundir ampliamente un cuidado
retrato personal a una gran cantidad de público de forma inmediata;incluso las cirugías estéticas que modifican el cuerpo agrandando
o disminuyendo el volumen de determinadas partes, a cambio de unas cantidades
considerables de dinero a las que debe añadirse el riesgo e incomodidad
que supone una intervención quirúrgica, enfin, todo el conjunto de actividades que una gran cantidad de mujeres
realizan diariamente con el propósito de resultar más cautivadoras, o sea,
más capaces de atraer sexual o afectivamente a los hombres, demuestran que
existen numerosas y variadasconductas femeninas orientadas a despertar el
interés masculino*.
Hay
quienes opinan que la coquetería y el embellecimiento discriminan a las
mujeres y demuestran que éstas tratan de satisfacer los gustos de los hombres
para complacerlos, pero puede demostrarse fácilmente que estas conductas
tienen como propósito fundamental beneficiar al sexo femenino y favorecer
que sean los hombres quienes, tras desearlas o amarlas, estén también más
que dispuestos a complacerlas solícitamente a ellas**. La prueba más evidente
de este balance beneficioso para la mujer la constituye el que durante las
últimas décadas la mayoría de las mujeres hayan estado más que dispuestas
a dejar atrás los roles sociales y conductas que realmente las discriminaban
y perjudicaban, principalmente la dependencia económica de un marido y la
falta de cualificación profesional o educativa para integrarse en las diferentes
posiciones del mercado laboral, desde las más sencillas hasta las mejor
pagadas y consideradas socialmente, aunque son pocas las que han dejado
de lado la artificiosidad del glamour.
De
hecho entre las lecturas predilectas de un número considerable de mujeres
se destacan las que enseñan como potenciar el atractivo físico o determinadas
conductas encaminadas a atraer más o incluso seducir a los hombres. A partir
de aquí las mujeres heterosexuales que posean estas capacidades obtendrán
diferentes ventajas proporcionadas por ellos. Algunas son lógicas y entendibles,
como el relacionarse afectiva y sexualmente con los varones que sean más
de su gusto, ya que gracias a su mayor atractivo lograrán sobresalir en
la inevitable competencia existente a la hora de emparejarse conlos mejores candidatos de cualquiera de los
dos sexos.Pero también puede llegarse
a extremos claramente egoístas que permiten hablar de explotación sexual
y discriminación hembrista realizada sobre los
hombres.
Algunos
modelos bien establecidos de esta explotación serían por ejemplo la dote
masculina, identificable en las parejas en las que una mujer se casa o forma
una familia con un hombre de un status económico y social superior al suyo,
siendo este status según el criterio de esa mujer una de las condiciones
esenciales para la relación. O el chantaje sexual, más frecuentemente empleado
por las mujeres que los hombres como una forma consciente de ejercer poder
y control dentro de la pareja. O la utilización del erotismo en la publicidad
y los medios de comunicación de masas, manteniendo una recurrentepresión sexual sobre los hombres potenciadora
de preferencias masculinas asociadas con ciertas conductas o apariencias
femeninas, que favorecen la manipulación sexual del conjunto de los hombres
por las mujeres.
Esta
discriminación y manipulación también se relaciona con la explotación económica
del hombre presente en la prostitución o en la p0rnografía, si consideramos
el grado de provocación del que hacen
gala las prostitutas o muchas profesionales del mundo del erotismo, y las
considerables cantidades de dinero que pueden llegar a pagar algunos hombres
para vivir sus fantasías sexuales en este contexto, sobre todo si previamente
han sido objeto de un constante, elaborado e insidioso intento de adiestramiento
que ha contribuido a crear y fortalecer dichas fantasías. Así se podrá decir
y con razón que el cliente obtiene lo que busca de estas mujeres, pero sólo
lo obtiene porque paga por ello lo que estas mujeres le piden. Es claro
que la explotación egoísta puede estar presente en ambos sentidos.
Incluso
ciertas ramas del feminismo más radical y misándrico
plantean que la sexualidad no debe usarse sólo como un elemento que dé ventaja
y poder de elección a la mujer en la relación heterosexual, sino directamente
para humillar, esclavizary maltratar
a los hombres de forma sistemática, defendiendo así una clara “violencia
de género” hembrista de la que nuestras instituciones
o autoridades supuestamente expertas en igualdad parecen no saber nada.
Así la relación
heterosexual puede resolverse en términos positivos de beneficio recíproco
para ambas partes, caer en el error del egoísmo o entrar en la malicia del
abuso, a veces a favor del hombre para perjuicio de la mujer, y en otras
ocasiones mucho más habituales de lo que se reconoce, aprovechándose del
hombre y privilegiando a la mujer de forma claramente hembrista.
Y
a pesar de lo característico y recurrente de estas conductas u otras similares
en múltiples sociedades a lo largo de la historia las feministas de género
ni denuncian estas discriminaciones masculinas, ni hacen campañas planteando
como deben reivindicar y liberarse en este aspecto los hombres para evitar
ser víctimas de manipulaciones afectivo sexuales en las que ellos sean la
parte más perjudicada. Es lógico que esto suceda así, ya que en una sociedad
femicéntrica como la nuestra debe evitar mencionarse todo
lo que atañe a ventajas para las mujeres a nivel social o en su relación
con los hombres, y todo lo que se refiere a discriminaciones y desventajas
masculinas.
De
la misma forma que se intenta sensibilizar a la sociedad y a las mujeres
contra los abusos sexuales que las afectan igual debe de hacerse con los
que pueden sufrir los hombres, ya que son frecuentes y pueden resultar en
situaciones muy dañinas. Así nosotros debemos preguntarnos también: ¿hasta
qué punto soy dueño de mi cuerpo y de mi sexualidad? ¿Hasta qué punto mi
sexualidad me pertenece? ¿Estoy siendo víctima de explotación sexual o afectiva
y cómo me perjudica esto en mi relación con las mujeres? Para finalmente
concluir cuando lo consideremos necesario ¿cómo podríamos emanciparnos los
hombres del abuso hembrista a nuestra sexualidad?
Cada
día estamos más dispuestos y preparados para abordar nuestra liberación
y potenciación como grupo sexual unido. Entre las incipientes formas de
masculinismo que estamos desarrollando también buscamos las respuestas a
esta situación, para hacer igualdad y fortalecernos en un aspecto en el
que demasiado a menudo se espera que el hombre sea el sexo débil frente
a la mujer ornamentada y aparente, hasta el extremo de considerarla irresistible,
mientras ella se considera irresistible también.
Pero
no hay ninguna razón para subir a ciertas mujeres a un pedestal que está
y las queda tan alto, o para que vivamos el gran potencial de la sexualidad
masculina en términos que nos dañen o discriminen. Por eso muchos estamos
dispuestos a romper cadenas que no valen nada y liberarnos de cualquier
explotación sexual ejercida por determinadas mujeres para su beneficio y
nuestro perjuicio. Muchas supuestas divas cubiertas de afeites y abalorios
pasarán cada día más desapercibidas, recibiendo el escasísimo interés sexual,
afectivo y personal que en realidad se merecen. Muchas mujeres supuestamente
arrebatadoras por su elaborada coquetería o apariencia física se volverán
cómicas en su colorido y sobrecargado despliegue de exhibicionismo narcisista,
similar al del aparatoso pavo real, y muchas explotadoras y maltratadoras
sexuales serán menospreciadas y recurrentemente criticadas por los hombres
por su imperdonable y repugnante tendencia al abuso sexista.
Esto
beneficiará a las mujeres verdaderamente igualitarias en sus relaciones
de pareja, y será una ventaja para los hombres que asuman estas conductas
de empoderamiento masculino, ya que lograrán ser dueños de su intensa, vital,
rica y poderosa sexualidad,reservando
este inmenso potencial de felicidad, amor y placer para relaciones sanas,
equilibradas y de mutuo beneficio con mujeres, si hablamos de las relaciones
heterosexuales, capaces de disfrutar y compartir la armonía de la unión
sexual y afectiva en forma constructiva para los dos sexos.O ser hombres capaces de la mayor indiferencia,
frialdad o implacable desprecio hacia cualquier relación basada en que ellos
sean los abusados.
Notas:
*
Considerado todo lo anterior, resulta en muchos aspectos injusto definir
como agresión sexista el que los hombres se fijen o miren a las mujeres
en un sentido amplio, sobre todo si tenemos en cuenta todos las acciones
que muchas mujeres realizan cotidianamente para destacar precisamente por
su presencia física, atrayendo el interés y las miradas masculinas. De hecho
también hay mujeres que se fijan en diferentes partes del cuerpo de los
hombres que les resultan físicamente más deseables y atractivos, sobre todo
si van vestidos de una forma que remarque las partes de su cuerpo de un
mayor atractivo erótico para las mujeres, lo cual demuestra lo común de
esta conducta como resultado de una genuina atracción sexual.
Incluso
el patronaje de las diferentes prendas de vestir
trata en muchas ocasiones de remarcar precisamente las partes del cuerpo
que dan una apariencia más sexy, y las prendas diseñadas según este criterio
tienen un éxito de ventas considerable. Un ejemplo fue lo sucedido en su
día con el famoso y polémico sujetador “Wonderbra”, cuya característica fundamental consistía
en simular unos senos más grandes, o los más recientes pantalones tejanos
estilo “push
up”, orientados mayoritariamente a un público femenino
y diseñados para elevar y remarcar la forma redondeada de las caderas.
En ambos casos el realce que estas prendas logran se centra en dos de los
caracteres sexuales secundarios femeninos más significativos desde el punto
de vista de la atracción sexual.
Conviene
mencionar de paso, para describir la realidad correctamente y superando
losinexactos dogmas de género, que
también existen mujeres que comentan y comparan sobre la apariencia física
de los hombres en ocasiones de una forma que podría considerarse maleducada
y faltona, incluso en entornos en los que se supone debe evitarse con más
esmero cualquier conducta sexista ofensiva, como por ejemplo el lugar de
trabajo.
Personalmente
he tenido ocasión de escuchar a ciertas mujeres particularmente toscas o
despreciativas, al igual que también hacen algunos hombres, utilizar términos
muy desdeñosos para referirse a los varones que no cumplen con sus expectativas
sexuales, diferenciando con gran desdén entre los “hombrecitos”, descritos
con este diminutivo en un tono despectivo y burlón, o incluso los hombres
que “no valen nada”, precisamente por su físico, estatura o corpulencia,
de los “hombres” más deseables, enfatizando el término “hombres” casi como
si se subrayase o pronunciase con mayúsculas. Y todos los términos entrecomillados
en este párrafo fueron empleados literalmente.
Incluso
podría considerarse como un ejemplo de cosificación de los hombres la tendencia
de las mujeres más egocéntricas y presumidas a alardear de un modo diario
y continúo de su atractivo físico, elaborado con una gran cantidad de retoques,
accesorios y añadiduras, para obtener así el mayor grado de interés de parte
del mayor número posible de varones no para amarlos, desearlos o conocerlos
siquiera, sino sólo para satisfacer y alimentar su ego tras sentirse seductoras
o irresistibles, como una forma de hinchar su autoestima hasta la arrogancia
y el engreimiento. Para muchas de estas mujeres el recibir la atención y
provocar el deseo de los hombres es también una manera de cosificarlos para
quesatisfagan su gran narcisismo.
Pero
cuando estos hombres que con diferentes conductas han demostrado su interés
intenten romper el hielo la mayor parte de las ocasiones serán tratados
con gran frialdad, desdén o rechazados con dureza, ya que la mujer egocéntrica
apenas les da valor, más bien los ve sólo como a objetos que están ahí para
halagarla.
Existen
de paso otros tipos de miradas que pueden resultar bastante peores que las
nacidas de la atracción que nos produce otra persona.Por regla general las mujeres son más dadas
a fijarse en los demás para rumorear sobre sus vidas, incluso refiriéndose
a sus características físicas o personales, y muchos de estos comentarios
pueden ser molestos o hirientes. Pueden llegar a incluir una buena carga
de desprecio, mala voluntad o ataque malicioso y traicionero contra la reputación
de alguien, afectando negativamente al concepto que de esa persona se tiene
en sociedad. También podríamos protestar firmemente por esta clase de miradas,
y exigir a estas mujeres indiscretas y cotillas, en muchos casos con motivos
más que justificados que no se metan en los asuntos de los demás o que se
metan en sus vidas.
Es
fácil comprender que si los hombres también aprendiésemos la esencia del
análisis de género y siguiésemos sus razonamientos hasta el final, aplicando
el lenguaje de la queja y la crítica severa y minuciosa contra la idiosincrasia
del sexo opuesto a cualquier discriminación sexual para perseguirla y sancionarla
inquisitorialmente, todos y todas tendríamos mucho que perder. En poco tiempo
las mujeres también serían criticadas por cualquier conducta o situación
que en su trato con los hombres pudiese considerarse como privilegio, desigualdad
favorable o abuso de poder del sexo femenino sobre el masculino del que
hayan obtenido alguna ventaja como grupo sexual a lo largo de la Historia. Esta actitud se calificaría
de “necesario despertar de la conciencia
masculina frente a los abusos femeninos” para justificarla y extenderla
al mayor número posible de hombres. Como resultado del caos resultante las hembristas quedarían totalmente marginadas, o el entendimiento
entre ambos sexos se vería seriamente perjudicado.
Por
eso la grave intolerancia y extremismo del movimiento feminista de género
debe aplicarse sólo al sexo masculino, y siempre encubierto con grandes
distorsiones, verdades a medias, mentiras o el ejercicio de la censura,
en previsión de las muchas resistencias que encontrará tarde o temprano
un sexismo tan rotundo como cínico e hipócrita al ser presentado como modelo
de igualdad.
En
conclusión, las muchas conductas empleadas por las mujeres para embellecerse
y por tanto atraer más miradas masculinas pueden considerarse complementarias
con el hecho de que los hombres se fijen y miren. Son los primeros pasos
necesarios para el desarrollo de una relación heterosexual beneficiosa y
deseada por ambas partes, y no necesariamente ejemplos de sexismo o abuso
de poder. También se corresponden con las diferencias existentes en la forma
de ser de ambos sexos, las cuales tienen una innegable base fisiológica
y hormonal, y por lo tanto resultaría forzado e injusto exigir una igualdad
plena en este aspecto. De intentarlo uno los dos sexos saldría perjudicado
al tener que adaptarse al modelo del otro, o peor todavía a las preferencias
ideológicas impuestas por una minoría, como intenta hacer actualmente el
feminismo de género. Sería algo más que incoherente no reconocer esto. Sería
lo mismo que no aceptar que los hombres y las mujeres no son iguales al
cien por cien, sobre todo cuando nos enfocamos en su más obvia diferencia,
su sexualidad.
Aún
más, el que los hombres la noten, el que los hombres la tomen en consideración
y se den cuenta de que está ahí de un modo destacado, es uno de los factores
del que mayor ventaja obtienen muchas mujeres a la hora de poder elegir
entre sus pretendientes los que ellas consideran más valiosos. Por eso quienes
desean inhibir categóricamente la acción de mirar, como se hace en los países
hembristas, o de atraer las miradas, como se hace en los países
machistas donde las mujeres están obligadas a ocultar su físico, están bloqueando
seriamente el desarrollo de las relaciones heterosexuales y ejerciendo una
limitación abusiva contra las libertades de las personas.
Habrá
quien opine que de estas primeras conductas de cortejo podrán surgir posteriormente
comportamientos negativos. En algunos casos incluso dirán que esto guarda
relación con serios abusos sexuales. De entrada existe una gran diferencia
entre los roles de cortejo masculino y femenino, el hecho de fijarse o intentar
atraer el interés, una relación heterosexual sana, y actos tan salvajes
y dañinos como la violación o el acoso sexual grave. Plantear estas conductas
sin solución de continuidad entre las mismas es una de las estratagemas
del hembrismo para imponernos su imaginario. Esto
conduce a que tanto un abuso sexual como una mirada nos parezcan, consciente
o inconscientemente, algo absolutamente reprobable y punible. Todo a partir
de una distorsión que falta a la verdad, no reconoce el valor constructivo
de la búsqueda recíproca entre los dos sexos, y lo que es peor aún, sataniza
al sexo masculino y victimiza al femenino por la más mínima razón, generando
una brecha casi insalvable entre hombres y mujeres que nos aproxima al separatismo.
Pero
si vamos a hablar de malos tratos y abusos sexuales debemos decir que pueden
darse de un modo tan amplio que superen la visión incompleta del problema,
injustamente culpabilizadora del hombre y de la
heterosexualidad, a las que nos tienen acostumbrados tanto el feminismo
radical como su variante politizadamás
exitosa, el feminismo de género.
De
hecho numerosos estudios más rigurosos y fiables de los que respaldan los
dogmas generistas demuestran que hombres y mujeres
ejercen niveles bastante similares de maltrato físico y psicológico en la
pareja. Incluso dentro de las parejas de lesbianas pueden darse niveles
de maltrato y abuso sexual considerables, independientemente de que en general
nuestras autoridades no se refieran al tema.Así según varios informes el maltrato en las parejas lesbianas podría
superar el maltrato presente en la pareja heterosexual. Erin Pizzey, la creadora del primer refugio para mujeres maltratadas
en Inglaterra opina de esa manera, y se hace eco en base a su propia experiencia
de los estudios que consideran este maltrato como más grave del que se ejerce
en la pareja heterosexual, como menciona al final del siguiente vídeo:
La
célebre escritora Lucia Etxebarria en su artículo
titulado: “Maltrato entre lesbianas:
la violencia invisible”, afirma categóricamente que: “Al igual que los hombres que maltratan, las lesbianas que lo hacen buscan
lograr, mantener y demostrar poder sobre sus compañeras con el fin de maximizar
la rápida satisfacción de sus propias necesidades y deseos. Las lesbianas maltratan a sus compañeras porque
la violencia, sea física o psicológica, constituye un método efectivo para
obtener control y poder sobre las personas cercanas. Y por ninguna otra
razón.”
Si
finalmente buscamos comparativas más precisas de ratios de malos tratos
podemos citar los datos aportados por el sociólogo Javier Álvarez Deca,
cuya valiosa labor investigadora se ha destacado justamente en el campo
de la violencia en la pareja. En la nota 17 del sumario de su interesante
estudio “500 razones contra un perjuicio”
“A título de ejemplo, cabe citar las
conclusiones de dos encuestas oficiales, en modo alguno sospechosas de parcialidad
antifeminista. En la Encuesta Social General 2004 del Canadá (Laroche,
D., 2007) se afirma que "la tasa de violencia conyugal entre homosexuales
fue el doble que la declarada por los heterosexuales (15% vs. 7%)".
De modo análogo, en la NationalViolenceagainstWomenSurvey 1995/1996
(Tjaden, P. y Thoennes,
N., 2000) se registran niveles de violencia de pareja significativamente
mayores en las parejas del mismo sexo. En el caso de las mujeres, los niveles
de victimización en parejas homosexuales fueron del 39,2% (en comparación
con el 21,7% en las mujeres heterosexuales); en el caso de los hombres,
las cifras comparables fueron del 23,1 por ciento (homosexuales) y del 7,4
por ciento (heterosexuales). Para las mujeres, las tasas de violación en
parejas lesbianas (11,4%) fueron también muy superiores a las tasas de violación
en parejas heterosexuales (4,4%)”
Lo
que desde el feminismo radical se critica y rechaza con más fuerza, los
hombres, la heterosexualidad, está siendo objeto de una fuerte campaña de
descrédito y rechazo, fruto de la fuerte misandria de las ultrafeministas.
Y lo que se presenta como una alternativa mejor y más pura, puede ser en
realidad la preferencia de una minoría organizada e investida de una influencia
suficiente para ocultar las muchas carencias y defectos de su modelo favorito,
llegando a extremos de manipulación e intolerancia que se aproximan peligrosamente
a la imposición.
En
este sentido la expresidenta de la Federación de Lesbianas,
Gays, Transexuales y Bisexuales, y a fecha de hoy Diputada del partido político
Podemos, Señora Beatriz Gimeno, ha escrito las siguientes citas:
“Olvidar que en la mayor parte de los periodos históricos
las mujeres, si hubieran podido elegir, hubieran escogido no mantener relaciones
sexuales con los hombres, no vivir con ellos, no relacionarse con ellos,
es olvidar algo fundamental en la historia de las mujeres (y de los hombres)”
“La heterosexualidad no es la manera natural de vivir la
sexualidad, sino que es una herramienta política y social con una función
muy concreta que las feministas denunciaron hace décadas: subordinar las
mujeres a los hombres; un régimen regulador de la sexualidad que tiene como
finalidad contribuir a distribuir el poder de manera desigual entre mujeres
y hombres construyendo así una categoría de opresores, los hombres, y una
de oprimidas, las mujeres”
“Se sabe que cualquier mujer puede ser lesbiana”
Y de una forma
más explícita y directa “El feminismo
combate para que las mujeres no pierdan sus energías intelectuales y/o afectivas
con los hombres” y“Un mundo lésbico es la solución”.
Se hace evidente
que la tendencia feminista que esta señora defiende está claramente en contra
del vínculo hombre mujer, lo cual puede explicar su patente y clara tendencia
a satanizar a los hombres, llegando a considerarlos como maltratadores y
condenarlos por violencia de género en base a los supuestos tipificados
en el artículo 153 del código penal, es decir,
casos de menoscabo psíquico o lesiones no definidas como delitos, o bien
golpear o maltratar sin causar lesión. Básicamente acciones de un valor
muy leve, agresiones apenas significativas que establecen una vara
de medir severísima contra todos los hombres a los que se les apliquen estas
legislaciones discriminatorias.
Pero al margen
de esta misandria y recelo contra los hombres, más allá de la cerrazón intelectual
queempobrece y estrecha gravemente
el pensamiento de los fanáticos de cualquier signo hasta extremos rayanos
en el absurdo, resulta inverosímil que la base de la reproducción de numerosísimas
especies, la unión entre los dos sexos, pueda ser en la nuestra un mero
elemento cultural. Más todavía, una manipulación colectiva de los hombres
sobre las mujeres, algo así como un acuerdo del sexo masculino para dominar
al femenino,sin que exista una justificación
biológica previa que motive la atracción recíproca que nos lleva a perpetuarnos,
considerando que cuanto más necesaria es una conducta de supervivencia más
configurada queda como instinto básico. El mismo diseño natural de los genitales
masculinos y femeninos favorece la forma de unión heterosexual más íntima
y al mismo tiempo, la que más despierta la intolerancia y rechazo de determinadas
ultrafeministas, es decir, la penetración, necesaria
para la reproducción de nuestra especie y sin la cual nos habríamos extinguido
hace milenios.
Las citas de
la Señora Gimeno
exponen en buena medida su propia fantasía o preferencia personal, junto
con la expresión de su fuerte sexismo antivarón,
que tras repetirse una y otra vez en círculos de radicales similares a ella
han llegado a parecerle verosímiles, pero contradichas por múltiples hechos
científicos y empíricos de sencilla observación cotidiana. Es evidente que su análisis referido al pasado peca de subjetivo, basándose en la
suposición de que como ella misma y una gran cantidad de mujeres de su entorno
son lesbianas, todas las mujeres podrían y deberían llegar a serlo, lo que
concuerda con su cita: “un mundo lésbico
es la solución”. Sin embargo al considerar la conducta de las mujeres
occidentales, que son las que mayor posibilidad de elección tienen a todos
los niveles incluido el sexual, nos encontramos con que muchas mujeres exitosas
y desenvueltas se están volviendo cada día más deseosas hacia los hombres,
que las fascinan recurriendo a una mayor potenciación de su belleza física,
su habilidad para dar placer y formas de seducción mejor adaptadas a la
psicología femenina. Numerosas mujeres triunfadoras y bien situadas siguen
optando por parejas masculinas a veces incluso más jóvenes que ellas, contradiciendo
así con sus decisiones voluntarias el supuesto rechazo de las mujeres a
sexualizar o intercambiar energías afectivas e intelectuales
con los hombres, a los que tanta aversión nos tiene la Señora
Gimeno.
Quienes
compartan su punto de vista podrán escudarse diciendo que la tendencia de
estas mujeres de una edad no tan juvenil ha sido ya contaminada por la manipulación
heterosexual patriarcal,que las
alejó del lesbianismo muchos años atrás. Pero si lo plantean así la afirmación
universalista y categórica de la Señora Gimeno“Se
sabe que toda mujer puede ser lesbiana”, podría acompañarse de otra
sentencia contraria igual de aparente, aunque en el fondo muy discutible
y preñada de prejuicios contra las mujeres homosexuales, hasta el extremo
de poder resultar ofensiva: “Se sabe
que cualquier mujer puede ser heterosexual”. Y este “se sabe” es tan endeble como el “se sabe” de la Señora Gimeno, a pesar de que viene avalado por
el hecho de que una mayoría de mujeres tienen parejas masculinas. ¿Quién
lo sabe?¿Quién afirma tan rotundamente
un modelo? En no pocas ocasiones quien desde un afán de dominio tratará
de imponerlo.
En
principio ya es significativo que sigan prefiriendo el modelo heterosexual
una vez conocido si los hombres fuésemos unos compañeros sexuales, afectivos
e intelectuales tan pésimos, o si no existiese un fuerte deseo previo entre
ambos sexos que explique esta tendencia, como implicaban las hipótesis de
la Señora Gimeno
defendiendo que de haber tenido opción las mujeres no se habrían relacionado
con el sexo masculino. Bien, hoy en día tienen la opción de elegir en una
gran cantidad de países y la mayoría de las mujeres adultas o maduras ni
se vuelven lesbianas ni lo intentan. Y podrían incurrir fácilmente en el
lesbianismo de ser ésta su preferencia fundamental, sobre todo si consideramos
los fuertes lazos personales y comunicativos que las mujeres acostumbran
a establecer entre ellas y la gran proximidad que mantienen dentro de sus
redes de relaciones femeninas. Si el lesbianismo fuese su opción sexual
preferida, las mujeres optarían por este modelo rápida y cómodamente.
Pero
también entre las chicas recién llegadas a la adolescencia los integrantes
de las “Boy Bands”
como los “Gemeliers”, o los cantantes del estilo
de Justin Bieber o Abraham Mateo despiertan una
intensa atracción sexual y afectiva que sustenta su gran popularidad, y
que da lugar a una intensa crispación erótica evidenciada por las excentricidades
más que llamativas del fenómeno fan. Y lo mismo que hoy esto ha sucedido
hace cincuenta años con los Beatles o los Rolling Stones o hace treinta
con Los Pecos o Miguel Bosé.Una
cosa es que desde su extremismo y visión negativa sobre la heterosexualidad
y los hombres la Señora Gimeno prefiriese que todas las mujeres fuesen
lesbianas, y otra muy distinta es que una inmensa mayoría de ellas dejen
de buscar, desear o amar a los hombres sólo porque a ella le parezca una
gran idea.
Incluso
si puede aceptarse que cualquier mujer tiene el potencial de ser lesbiana
ya que en un momento dado podría mantener relaciones íntimas con otra mujer,
la mayoría de las mujeres no se acercan a estas prácticas ni después de
sufrir fuertes desengaños amorosos con los hombres. Es verdad que acostumbra
a decirse que la bisexualidad está presente en todas las personas en mayor
o menor grado, sobre todo a partir de informes de sexología que estudiaron
la presencia de esta tendencia en la sociedad, siendo uno de los más famosos
el informe Kinsey realizado a mediados del siglo pasado. Este argumento
manipulado de una forma tendenciosa parece justificar cualquier alternativa
sexual para cualquier persona, independientemente de cuáles sean o hayan
sido sus preferencias sexuales más visibles. No obstante dista mucho de
ser realista. En efecto, el mismo informe Kinsey concluía en que algunas
personas eran heterosexuales u homosexuales puras, es decir, que no poseían
rasgos de bisexualidad, y otras tenían rasgos de bisexualidad minoritarios
o poco significativos, con lo cual fuera de su tendencia preferente difícilmente
podrían encontrar satisfacción sexual, más todavía después de haberla reforzado
durante años con su estilo de vida. No sólo eso: debido a las características
de las personas empleadas como muestra en la elaboración de este informe
existía un sesgo manifiesto que incrementaba los ratios de bisexualidad
y homosexualidad de sus conclusiones.
Es
claro que las mujeres rotundamente heterosexuales o más inclinadas a esta
tendencia no podrían ser ni sentirse lesbianas espontáneamente, aunque si
podrían acostarse con mujeres para finalmente considerar la experiencia
como bastante nula o incluso repulsiva, y por lo tanto no lo harían siguiendo
su propia pulsión sexual. Pero si según la Señora Gimeno“El feminismo
combate para que las mujeres no pierdan sus energías intelectuales y/o afectivas
con los hombres”haría
falta que alguien que pueda marcarnos el paradigma de la sexualidad correcta
las tutelase, por decirlo de alguna manera, para acercarlas al lesbianismo.En este sentido promover el lesbianismo como única forma de sexualidad
sí se convertiría en una “herramienta política y social con una función
muy concreta” la deextender
al conjunto del sexo femenino el rechazo a los hombres que experimentan
las feministas más radicales de todas, para impedir el vínculo sexual y
amoroso entre hombres y mujeresy
crear una sociedad más intolerante y sexista. Esto
conlleva a su vez el tratar de impedir o dañar el desarrollo de la heterosexualidad
desde sus primeras etapas, incluidas las simples miradas de inicio del cortejo,
para suprimirla del todo o reducirla al máximo. ¡Cuánta misandria, necia
tozudez y sinrazón implican estos posicionamientos tan radicales! ¡Sobre
todo cuando quienes los defienden forman parte de partidos políticos que
aspiran a influir en nuestro estilo de vida! En conclusión, los machistas
más misóginos y las hembristas propagadoras del mito del hombre malo pueden alcanzar
niveles de sexismo similares. Como bien señala y advierte el dicho los extremos
se tocan.
De
cualquier modo las conclusiones defendidas por Beatriz Gimeno son bastante
parecidas a las de otras feministas radicales. La hembristaSheilaJeffreys llegó a afirmar que:
“cuando una mujer alcanza el orgasmo
con un hombre sólo está colaborando con el sistema patriarcal, erotizando
su propia opresión” y esta frase entendida en todo su sentido no sólo
culpabiliza y ataca a los hombres y a la heterosexualidad, sino que también
crítica y censura a una mayoría de mujeres por gozar de sus preferencias
y tendencias sexuales libremente.¿Acaso las mujeres heterosexuales son traidoras que
se dejan manipular por el pecaminoso
placer sexual, que las lleva ni más ni menos que a la opresión para perjuicio
del conjunto del sexo femenino? ¿Deben corregirse entonces y hacerse lesbianas?
¿Los hombres somos el enemigo? No puede haber un planteamiento más repulsivamente
intolerante que el expuesto por la muy feminazi
Sheila Jeffreys. Y resulta en exceso cínico el que tras defender públicamente
ideas como ésta se presuma no ya de buscar la igualdad y armonía entre los
dos sexos, sino siquiera de defender el derecho de las mujeres a tomar sus
propias decisiones, incluidas las más íntimas y personales.
Ahora
bien, la frase de la Señora Jeffreys
contiene un reconocimiento que contradice el modelo de mundo lésbico en
el que desearía vivir la Señora Gimeno.
A saber, admite la existencia de mujeres que alcanzan el clímax con hombres.
¿A partir de ahí quien va a creerse que una parte significativa de estas
mujeres que llegan al desarrollo de una experiencia sexual completa con
los varones sigan los consejos o se adapten a las descripciones de la Señora Gimeno?Por eso prefieren
ligar con sus parejas masculinas antes que perder su valioso tiempo con
insípidas charlas ideológicas repletas de negatividad y manía mal argumentada.
Muchas mujeres tienen buenos motivos para dar valor a los hombres, aunque
a determinadas radicales les moleste admitirlo, y estarán dispuestas a intercambiar
energías afectivas e intelectuales con ellos, y mucho más que eso, sobre
todo si se da el caso de que estos las provean de orgasmos con la debida
frecuencia. Es más, preferirán este tipo de vínculo mucho antes que cualquier
ensueño hembrista.
El
pensamiento de la feminista radical Adrienne Rich
también sigue esta línea. Citas muy significativas de esta autora serían
las siguientes: "La teoría
feminista ya no puede darse el lujo simplemente de vocear una tolerancia
del lesbianismo como estilo alterno de vida o hacer alusión de muestra a
las lesbianas. Se ha retrasado demasiado una crítica feminista de la orientación
heterosexual obligatoria de la mujer” o "Una estrategia apropiada y viable del derecho al aborto es la de informar
a toda mujer que la penetración heterosexual es una violación, sea cual
fuere su experiencia subjetiva contraria”
Lo
expresado por Adrienne Rich se acerca peligrosamente
a la prohibición de una práctica sexual mayoritaria, incluso cuando admitimos
que ha sido mutuamente aceptada. En efecto, si una práctica tan extendida
y típica como es la penetración consentida por ambas partes se transforma
por un mágico acto de feminazismo en algo tan
violento y negativo como una violación, una de las consecuencias más lógicas
sería su prohibición, penalizando a cualquier hombre que penetre a una mujer
con mutuo acuerdo tras culparlo inmerecidamente de violador. Y esto no porque
la penetración les parezca mal a los hombres o a las mujeres heterosexuales,
sino porque lo considera como malo una feminista radical, y su fanatismo
está por encima de la biología y los gustos sexuales de quienes ni comparten,
ni se interesan en lo más mínimo por sus ideas.
Así
que las supuestas liberadoras de las mujeres, apoyándose en la excusa de
una imagen distorsionada y satanizadora de los
hombres, sumada a un nuevo puritanismo sexual muy arbitrario, recalcitrante
y cerrado a cualquier argumento, incluidos los más científicos y constatables
de todos, pueden ocultar su tendenciaa
oprimir y alienar a una mayoría disfrazando el gesto dictatorial que esto
implica con palabras como “tutelaje”, “liberación de las mujeres” o “lucha
contra la opresión patriarcal”. ¡Cómo si la mujer heterosexual fuese una
niña inmadura al lado de la hembrista, para liberarla
quiera o no de un aspecto del que no necesita ser liberada, ni más ni menos
que sus preferencias sexuales, salvo porque sus autoproclamadas hermanas
mayores las ultrafeministas así lo han decidido! Con todo
las mujeres son afortunadas, porque serían las víctimas de esta falsa
violación. Pero al hombre en este caso se le consideraría culpable, y podría
castigársele sólo por mantener relaciones sexuales consentidas.
Esto
son ejemplos claros de feminazismo. Y aunque despropósitos
como los mencionados en esta nota son en general poco expuestos y analizados
frente al conjunto de la sociedad hasta sus implicaciones más evidentes,
influyen cada día más en nuestras vidas a través del movimiento feminista
de género, el cual camufla todo este radicalismo bajo un disfraz mucho más
político, propagandístico y hábil. No en vano las agencias de comunicación
hacen su trabajo.Pero en el sustrato ideológico del generismo se encuentran pensadoras como las anteriores, y
otras representantes de una misandria todavía mayor.El resultado final
genera un maniqueísmo negativo con los hombres, expresado en legislaciones
abusivas en su contra que potencian el que cada vez más varones se alejen
de las mujeres, ya que si tratan con ellas podrán sufrir mil problemas y
desventajas por las causas más mínimas, como sucede con frecuencia. Y esto
favorece al experimento social que sostiene que los dos sexos deben distanciarse
entre sí.
Los
partidos políticosque incluyen a
seguidoras de esta tendencia entre sus filas y se hacen cómplices y aliados
del generismo en vez de relegarlo a la marginalidad social y política
que merece contribuyen a agravar este problema. Incluso a través de las
subvenciones del gobierno pagamos con nuestros impuestos este despropósito,
estemos o no de acuerdo con él.
Así
que el feminismo radical es dogmático e intransigente, razón por la que
requiere grandes dosis de fe y ceguera ante múltiples realidades para que
los demás cometamos el grave error de creernos sus disparates. Como resultado
inevitable cada día lo repudia más gente, de lo que me alegro mucho. Y ante
esta sana conducta optan por el recurso de tildar de neomachista
a cualquiera que señale sus absurdeces, abusos o venenos ideológicos sexistas,
demostrando más aún su falta de criterio. Han creado su propio círculo perfecto
de exclusión, sectarismo, arrogancia y análisis intelectual deficiente,
pero se niegan a aceptar que los demás no queramos encerrarnos con ellas.
De hecho numerosas feministas radicales aspiran a implementar su modelo
de deconstrucción de la sociedad actual como paso previo al establecimiento
de una civilización hembrista. ¿Deberán coartar muchas libertades personales para
lograrlo? Quien diga que una parte considerable del movimiento feminista
no fomenta el totalitarismo, el desencuentro entre los dos sexos y el odio contra los hombres o miente o ignora
mucho sobre el feminismo.
Puede
que ante lo aquí expuesto haya quien diga que esto es un ataque al lesbianismo,
lo cual es falso. Se trata de una crítica a la intransigencia con la heterosexualidad
defendida por las señoras Gimeno, Jeffreys o Rich, en contra de su modelo
separatista. Para mí la heterosexualidad, la bisexualidad y la homosexualidad
masculina o femenina son igual de entendibles y respetables en todos los
aspectos y deberían ser objeto de una aceptación social y tratamiento legal
similar. En cambio para estas feministas radicales el lesbianismo es la
única opción, y eso sí demuestra una gran intolerancia. También prueba que
algunas minorías tienden a imponer su modelo, aunque suela decirse que las
imposiciones son más propias de las mayorías.
** De hecho durante los últimos años ambos sexos han aumentado
considerablemente su tendencia a resultar atractivos, señal de que esta
característica favorece más que perjudica a las personas que la poseen.
A partir de aquí quienes plantean que el exceso de celo en el cuidado de
la propia imagen es una discriminación femenina que puede afectar seriamente
al autoconcepto de las mujeres y potenciar extremos negativos de obsesión
por el físico o incluso trastornos graves como la anorexia, deberían para
ser igualitarios calificar como discriminación masculina a aquellas acciones
que realizan los hombres para resultar más atractivos a los ojos de las
mujeres.
Siguiendo
su propia lógica tendrían que plantear que las mujeres también pueden condicionar
y oprimir a los hombres con sus gustos sexuales hasta extremos contraproducentes
para su bienestar y salud. Como por ejemplo la vigorexia, trastorno de la conducta cada día más extendido
entre los varones jóvenes que se caracteriza por la tendencia obsesiva a
desarrollar la musculatura al máximo, incluso empleando sustancias químicas
que pueden deteriorar de un modo irreversible diferentes órganos o provocar
la muerte.